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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Retrato de decadencia

Sevilla comenzó un largo declive cuando hace tres siglos perdió el monopolio del comercio con América

El año que entra dentro de unos pocos días se conmemora el trescientos aniversario de la pérdida por parte de Sevilla del monopolio del comercio con América y del traslado de la Casa de la Contratación a Cádiz. La decisión de la Corona -como explicó magistralmente el pasado jueves el director del Archivo de Indias, Manuel Ravina, en un acto organizado por este periódico- vino a dar oficialidad a lo que ya era una realidad económica determinada por múltiples circunstancias. Pero para Sevilla, ese hito histórico ha quedado para siempre como el que marca el inicio de un proceso de decadencia del que la ciudad todavía no se ha recuperado. Con la pérdida del monopolio comercial con las colonias americanas Sevilla pasó de ser una de las urbes más importantes del siglo XVII a una ciudad de medio pelo, que en los últimos tres siglos ha visto pasar por delante todos los trenes -desde la revolución industrial a la tecnológica- sin saberse subir a ninguno. Es, posiblemente, la decisión que más ha influido en la vida de Sevilla en los últimos siglos y, como tantas cosas de la historia de la ciudad, nadie parece haberle dado la importancia que tiene. Para Cádiz, por el contrario, el hacerse con la Casa de la Contratación supuso el inicio del proceso que la convirtió en una de las ciudades comerciales más importantes de Europa y la llevó a alumbrar una burguesía ilustrada que sería el motor de la Constitución liberal de 1812 y de importantes cambios económicos y sociales en España.

Lo ocurrido hace trescientos años ilustra, con la perspectiva que da el tiempo, la importancia de las decisiones políticas en la vida de las colectividades. Vivimos inmersos en un mar de declaraciones tontorronas y politiqueo de bajo nivel que muchas veces no nos dejan ver la dirección en la que vamos y las cosas que de verdad importa. Por no salir de esta Sevilla en parálisis casi permanente, que dejó de representar algo parecido a lo que Nueva York es hoy en el mundo para ser trasunto de Nápoles, se podrían citar un buen número de decisiones que condicionaron su devenir hasta nuestros días. Tienen que ver con el diseño de España que se hace a lo largo de los siglos XIX y XX desde un poder fuertemente centralizado. Ese poder apuesta por desarrollar unas zonas y dejar abandonadas otras. Así de simple y así de claro. Mientras Cataluña, País Vasco y Madrid, como gran metrópolis administrativa, reciben inversiones y atención, para el Sur se deja la agricultura y la emigración a los centros industriales. Esas condiciones hacen, entre otros muchos factores, que Sevilla no cree una clase burguesa y se constituya como poder local una aristocracia latifundista profundamente reaccionaria. En el franquismo ese modelo se profundiza. Los planes de desarrollo con los que la dictadura cambia España a partir del Plan de Estabilización miran para otro lado. Cualquier iniciativa que surja, como la potenciación del puerto con el canal Sevilla-Bonanza o la instalación de una siderurgia, queda eliminada de un plumazo. Sólo las dos exposiciones internacionales que se desarrollan a lo largo del siglo XX suponen un revulsivo para la ciudad, le permiten avanzar y, hasta cierto punto, ponerse al día.

Éste es, a grandes rasgos, el contexto histórico en el que se desenvuelve la historia de los tres últimos siglos en Sevilla. Pero la explicación estaría coja si no se pusiera también encima de la mesa una idiosincrasia local que ha permitido que las cosas fueran así y se acentuaran sus efectos. La pasividad y la indolencia han sido la respuesta de los sevillanos a lo que le venía impuesto desde fuera. La suma de ambos factores ha dado como resultado la ciudad que tenemos hoy. Lo malo es que tampoco hay en el horizonte indicios de que las cosas se vayan a modificar. El declive que empezó hace tres siglos con la pérdida de la Casa de la Contratación se mantiene inalterable y goza de buena salud.

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