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Luis Carlos Peris

Revisión y sectarismo

RECTIFICAR es de sabios, pero no tener que rectificar es más de sabios aún, pues será que no hubo equivocación alguna por medio. En plena ola del revisionismo que nos invade, revisionismo sectario por supuesto, el Ayuntamiento le pegó otro achuchón a lo del nomenclátor y con la incuria que le caracteriza metió en el mismo saco a gente con sangre en las manos y a ciudadanos libres de toda sospecha que no tuviese que ver con la de haber trabajado en la España de Franco por el bien de la comunidad. Y en esta lista se encontraba un nombre que, paradójicamente, había sido incluido en el nomenclátor por el mismo que lo defenestraba, Alfredo Sánchez Monteseirín. El personaje en cuestión había sido antecesor de don Alfredo en el cargo, pero colocado por Franco, por cierto por un Franco que, con la flebitis atacando, ya estaba buscando las tablas del 20-N.

El personaje es Fernando de Parias Merry, pero con la camisa blanca blanquísima en un paisaje de trasnochadas camisas azul mahón de una Falange que ya no tenía nada que decir en aquella España. Fernando Parias fue un alcalde, insisto que de camisa blanca, que llegó al cargo desde la más absoluta independencia y que iba a entretenerse, entre otras cosas, en liberar a la ciudad del dogal ferroviario que la asfixiaba. Fue Parias un alcalde que se fue por la puerta grande de la honradez, sin que nadie pudiera acusarle de haber metido la mano en ningún lugar prohibido. Y se fue tras haber impedido también que se cegase el meandro, lo que hubiese dejado sin río al casco histórico, una catástrofe de consecuencias dramáticas para la imagen de la ciudad. Y se fue a su casa sin que nadie le echase, simplemente porque se negó a recitar el papel de ama de llaves que adjudicaron a los alcaldes predemocráticos a la espera de que se abriesen las urnas.

Bueno, pues a este sevillano fino, cabal, que cabalga ya septuagenario, iban a descabalgarlo de forma abrupta de algo que llegó a emocionarle cuando subió al honroso caballo que es tener calle en la ciudad propia. El sentido común ha reaparecido y Fernando seguirá con rotonda en su Heliópolis del alma, pero quedan muchos nombres condenados sin saberse por qué. Alguien dice que cuando las heridas no se cierran el alma se gangrena y al paso que vamos, la gangrena gaseosa está a punto de pudrirnos el alma enterita. Y ya no es que se le falte el respeto a la historia auténtica, a la de verdad, sino a la fidelidad con sevillanos que sirvieron a la ciudad con el mismo desinterés con que la sirvió Fernando de Parias y Merry. Es un revisionismo zafio, que una cosa es el personal con las manos llenas de sangre y otra medir por el mismo rasero a quienes las tiene impolutas porque, entre otras cosas, no las metieron donde no debían.

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