Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

El Rey en el Polígono Sur: más que una foto

Está bien que un rey vea cómo es la vida más allá de los recintos que con más asiduidad le indica su agenda

La visita, hoy, de Felipe VI al Polígono Sur tiene, en principio, una gran carga simbólica. Pero es bastante más. O debería. Siendo importante, si se quedara sólo en eso no sería suficiente. Sería una jornada real más. Otra visita, carne de cámaras y de crónicas al uso que recogen los saludos, los vítores y alguna que otra anécdota. Porque el jefe del Estado pisa el suelo de una de las zonas más degradadas del país. Y al menos su presencia, junto a la reina Letizia, su recorrido y su interés por ella tendrían que contribuir a que en el futuro (lo más inmediato posible) esta frase -"una de las zonas más degradadas del país"- empezara a ser un error, una falsedad, una mentira cada vez que fuera, como ahora, escrita.

Está bien que un rey vea con sus propios ojos y escuche con sus propios oídos lo que ocurre y cómo es la vida más allá de los recintos que con más asiduidad le indica su agenda. Y también que huela la atmósfera de ciertas barriadas, de sus calles y de sus plazas. El olor es muy importante. En todas las ciudades el olfato revela una información a la que no tienen acceso la vista ni el oído. Hay ocasiones en que la nariz, si se tiene fina, y sobre todo adiestrada, esclarece mucho más que los ojos y las orejas. La vista no lo alcanza todo. No llega a todas partes. Hay rincones imposibles. Hay cosas -y asuntos- que se tapan, que se ocultan, que se esconden. Y en cuanto a lo que puede oírse, a lo que pueda oír el Monarca en las Tres Mil Viviendas, ya se sabe que la locuacidad es, demasiadas veces, un subterfugio para disfrazar que, en realidad, no se está diciendo nada de nada, o algo que no es cierto, o únicamente lo que interesa. Con las palabras se juega, se adorna. Y se miente. Es algo muy antiguo, pero llevamos una década en que el fenómeno se ha multiplicado. Al Rey le pueden contar milongas sobre lo que se hace o se deja de hacer en el barrio y enseñarle lo que sólo es conveniente que vea. Con el olor no. La pobreza, la miseria, la exclusión, el abandono, la marginación y la desesperación humana tienen un olor único, propio, característico que ni una mascarilla contra el coronavirus impide que se perciba.

Esto es lo que deberá aspirar Felipe VI en su visita. No necesariamente tiene por qué esperar un jefe de Estado a que una pandemia estrague aún más una zona ya de por sí devastada -no por un virus, sino por la inacción de las instituciones- para visitarla, pero ya que el Covid-19 y sus consecuencias han impulsado a la Casa Real a organizar esta gira, bienvenidos sean los Reyes. Pero que su paso no se limite sólo a una foto para enmarcar.

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