FUE el Betis, es el Betis y seguirá siendo el Betis hasta después de que Dios quiera. A partir de aquel domingo de enero del 77 en que su tocayo Iriondo le dio luz verde en sustitución de Cardeñosa, Rafael Gordillo Vázquez se erigió en un hecho insólito, el de ser la mayor fábrica de béticos surgida tras aquello de Luis del Sol en los cincuenta. Sí, cuando hizo que el niño bético ya tuviera algo de lo que presumir en el colegio cada lunes por la mañana.

Gordillo, Rafa Gordillo para el mundo, es el símbolo más determinante del Betis desde que cada domingo rompiese rivales a base de carreras imposibles en pos de balones imposibles. En el campo despertaba pasiones y en la discusión de barra de bar no había color. Todo se remataba para el consenso cuando su nombre salía a colación. Unos decían que le debía mucho a Cardeñosa y otros creíamos que era recíproco el débito, pues sólo él era capaz de llegar adonde la ponía el Flaco.

Testifiqué el dolor que le produjo tener que abandonar Sevilla como años después viví cómo se había sobrepuesto al desarraigo gracias a otra religión, la madridista, que le llevó a los altares que presidirá eternamente Alfredo di Stéfano. Y volvió al Betis, y nuevamente el beticismo lo ubicó en su imaginario mejor. Era otro Betis que no pertenecía a los béticos y, cuando ya no le quedaban sudores que ofrecer, se convirtió en estandarte de un Betis libre que algunos no le perdonan.

En el lecho del dolor a causa de haberle fallado su principal argumento, todo el fútbol español se ha puesto de su lado. No pueden con él ha resurgido y el dorsal 3 de la rayada en verde, blanco y verde recuperó su vigencia. Sólo gente indeseable que adora al becerro de oropel menos deseable ha vertido mierda sobre su figura. Que se vayan al carajo de por vida, que Rafa, la mayor fábrica de béticos conocida, fue, es y será a perpetuidad el Real Betis Balompié hecho carne.