La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Rocío Ortiz

Su misa córpore insepulto, porque a veces la vida rinde estos homenajes, se celebró ante el altar de su Señor

Sé que dentro de 85 días, en las primeras horas de la madrugada del Lunes Santo, cuando vuelva cansado por Regina, recordaré con pena las noches frías en las que por esa misma calle de mi memoria iba camino del quinario del Señor del Silencio en el desprecio de Herodes. Sé que ese 14 de abril ya está aquí, que ya ha pasado, que ya se desarma el paso que todavía duerme en el almacén de los fantasmas blancos, que ya se ha consumido la cera todavía no encendida, que ya se han marchitado las flores aún no puestas, que ya están guardadas las túnicas más luminosas de Sevilla, blanco único de la prodigiosa cofradía de San Juan de Palma cuya luz vence a la noche del Domingo de Ramos como si fuera el tentudía fernandino.

Pero cuando traspaso la ojiva y veo al Señor sobre la proa de su antiguo paso de 1911, a la Amargura en el altar en el que estaba cuando yo era niño y a los hermanos y hermanas cuyas caras conozco desde hace tantos años, el tiempo se detiene y siento las presencias de quienes viven sin estar ya con nosotros y las de quienes aún no han nacido, pero ocuparán estos bancos cuando nosotros ya no estemos. Escribo de lo más cierto, de lo más sentido.

Se nos fue Rocío Ortiz en el amanecer del tercer día del quinario de su tan querido Señor del Silencio. Su misa córpore insepulto, porque a veces la vida rinde estos homenajes, se celebró ante el solemne altar presidido por su Señor. Pero no estará hoy menos presente en la Función. En las hermandades las ausencias son presencias. Quienes somos de la Hermandad que fue su familia y su vida nunca entraremos en San Juan de la Palma, nunca pasaremos ante la mesa de las estampas los días de reparto de papeletas de sitio y de besamanos, nunca asistiremos a los cultos y nunca veremos descubrirse entre el guante y la manga la delgada muñeca de un veterano maniguetero sin acordarnos de Rocío Ortiz, mujer enérgica y recia con corazón de oro que siempre me recordó a la tía Betsy Trotwood de David Copperfield. Sean para ella las palabras del Apocalipsis que siempre evoco, porque parecen escritas para nosotros, cuando fallece alguien de San Juan de la Palma: "Esos vestidos de blanco son los que están saliendo de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, día y noche le sirven en su templo y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos".

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