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Septiembre es para muchos un bálsamo psicológico, por la vuelta a la rutina. Da igual que en Sevilla sigamos rondando los 30 grados centígrados cuando el sol se pone -ya en el entorno de las nueve-, que el verano continúe casi todo el mes e incluso que vivamos un tórrido veranillo del membrillo. Es la vida, la recuperación de la misma, la que nos va atando a nuestra cotidianidad.

Pero en este maldito 2020 hasta nos han hurtado la vuelta a la rutina. Porque vivimos en la incertidumbre perenne.

A una semana del inicio del curso escolar, en realidad sólo sabemos que todos tenemos la voluntad de que la escuela sea presencial, para garantizar en igualdad el derecho a la educación. La tecnología es una herramienta muy potente, pero no puede sustituir la necesaria enseñanza en la aulas ni la socialización de nuestros hijos, que han vivido un periodo extraordinario y poco comprensible para ellos -para todos en realidad- de verse confinados, cada uno en su domicilio.

Según evolucione la pandemia veremos si esa voluntad permanece. Si es viable mantener en las clases a tantos escolares como sea posible. Debe serlo.

También en los trabajos hay incertidumbre. Los numerosos contagios no son sólo una cifra que leemos en los diarios o vemos o escuchamos en un informativo. Empiezan a ser cercanos y comportan cierres temporales de centros de trabajo, cuarentenas de personas que conocemos porque o se han contagiado o han tenido contacto con quien portó el virus, con síntomas o sin ellos.

Ni siquiera en el ocio cotidiano podremos recuperar la rutina. La actividad hostelera -tan importante en una ciudad que vive en la calle todo el año- está limitada. Los espectáculos también, con dinámicas tan desconocidas como sentarse en mesas en un concierto como en un convite de boda.

Tampoco el arranque de las competiciones deportivas, que en realidad recién terminaron, nos ayudarán a recuperar la rutina, porque ni podremos pisar los estadios ni ver partidos con las gradas vacías transmite la misma emoción por los colores de cada uno.

Y uno, sin ser negacionista, sino todo lo contrario -estamos ante una enfermedad que se lleva a seres queridos a destiempo-, se convence que quizás la única forma de recuperar la rutina, la realidad, y no este remedo constreñido, sea que la propia pandemia se transforme en rutina. Como forma parte de ella la gripe o cualquier virus intestinal.

La convivencia con la Covid-19 va para largo. Incluso cuando dispongamos de una vacuna accesible a la gran mayoría de la población. Así que todos, desde los responsables de los poderes públicos a cada uno de nosotros, no nos queda más que aprender a sobrellevar esta enfermedad. A concienciarnos de que habrá que pasarla en una proporción importante y que no debemos repetir medidas tan drásticas como las del final del invierno, que nos robaron la primavera y nos han alterado el verano. Sería socialmente letal. Tan contradictorio como la vida misma, para poder recuperar la rutina, la normalidad -que no puede ser ni nueva ni distinta-, tendremos que incorporar el coronavirus a nuestras vidas procurando alterarlas lo mínimo posible.

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