PARECÍA que algo muy gordo estaba pasando y la verdad es que las previsiones se quedaban muy bajas, pues lo que pasaba era tremendo. Estábamos en una mañanita de sábado gélida, pero la singularidad era que la gente caminaba absorta, ensimismada por las noticias que le llegaban de la radio. Era una mañana de frío y de pinganillo, todos pegados a la radio como aquella tarde de febrero del 81 en que unos iluminados quisieron cambiar las cosas por la tremenda, o como aquella mañana de marzo en que las vías del tren se sembraron de carne destrozada. En el inicio del puente más largo jamás soñado, el espacio aéreo permanecía cerrado y la gente se agolpaba estupefacta en los aeropuertos sin recibir explicación alguna. Y la radio sirvió como único cordón umbilical para saber qué estaba pasando. Horas y horas sin una sola explicación, sólo el pinganillo como asidero. Y es que este país es así, señor, señora...
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