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En días como hoy, de parón y calma chicha, lo mejor es salivar pensando en lo que está por llegar. En Agora, por ejemplo, donde Alejandro Amenábar vuelve a fundir la mirada autoral con lo comercial. Parece fácil, pero lograrlo sólo está al alcance del cineasta de raza. El cine amenabariano no es banal. Sus películas incitan a la reflexión. Más aún, a la reflexión sobre los temas troncales de la vida, sobre la propia existencia. Después del ejercicio de estilo que fue Tesis, donde hincaba el diente al morbo suscitado por la violencia y a la pulsión que nos lleva a mirarla, a verla y a consumirla, se lanzó hacia su tema recurrente y hasta obsesivo: el sentido de la vida y la trascendencia. El personaje protagónico de Abre los ojos, inquietante ficción sobre la vida vivida o la vida soñada, se hallaba en el mismo limbo -ni vivo ni muerto sino todo lo contrario- que la protagonista de Los otros. Más tarde, en el biopic sobre Ramón Sampedro, el personaje principal también se enfrentaba a la muerte, y reflexionaba sobre las diferencias entre vivir y vegetar.

Mientras en Mar adentro Amenábar camufló en papel couché un tema durísimo, y lo era la biografía de alguien conocido que podría generar rechazo, inventándose un personaje como el interpretado por Belén Rueda y deslizando músicas de Puccini y formas spielbergianas para acercarse a públicos que de otro modo le hubiesen rehuido, en Agora obra de un modo parecido. El tráiler es muy elocuente. Ofrece el caramelo del peplum, de la superproducción. Para, una vez captado el auditorio, darle una lección de astronomía y algo más. Algo parecido a lo que intentó Fesser el pasado año. Veremos cómo responde el respetable ante la invitación.

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