TODOS están atónitos en el Sevilla Fútbol Club. Nadie comprende lo que pasa ni sabe cómo reaccionar. Y las semanas se desgranan mientras la entidad pierde sangre a borbotones. A medida que transcurre este tiempo abierto para los refuerzos y nadie acompaña a Loïc Badé, el entrenador se carga de razones para presionar públicamente a Monchi y a toda la dirigencia, pero prefiere acomodarse en un discurso con venenosos tintes complacientes. Y ese aparente conformismo podría estar justificado si el hombre fuera capaz de sacarles todo el jugo a los 13 ó 14 jugadores de la primera plantilla de los que dispone tras una planificación deportiva que más bien parece perpetrada por el Lopera más antisevillista, el de los tiempos del “Llérida”, ¿lo recuerdan?

No es así. Lejos de apañarse con lo poco que le han procurado y sacar a escena un Sevilla prosaico pero digno, de trazo seguro dentro de su bajo perfil, Sampaoli parece vivir dentro de un cuadro de Dalí, preso de un sueño de grandeza, y se empeña en triunfar con un fútbol que, recordando lo visto en el reciente Mundial, se antoja desfasado, y por momentos suicida, a menos que tengas la plantilla del City, que no es el caso.

En Girona erró al alinear a Fernando en la defensa; no fue capaz de zanjar la arriesgadísima salida en corto de sus defensas pese a los tres avisos iniciales del rival; a pesar de jugar con cinco zagueros, Stuani empató sin que uno de blanco estuviera a menos de tres metros de él en el remate; y trató de reaccionar con Rafa Mir en la izquierda y Suso en los terrenos propios del ariete.

En su descargo, no ayuda a su manejo de los partidos mirar al banquillo y comprobar las alarmantes limitaciones. Podría echárselo en cara a Monchi y esa cúpula que se desmorona sin remisión. Pero de momento, prefiere transigir. Lo mismo está pergeñando una espantá. Y lo mismo el equipo lo agradece.