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Desde mi córner

Luis Carlos Peris

Con San Mamés, a la Liga se le va algo muy suyo

ALGUIEN dijo alguna vez que los objetos se impregnan de la personalidad de aquellos que los manejan y, considerando objeto a un inmueble, puede decirse que San Mamés es obra de sus moradores. La Catedral ya es historia y uno, que ha tenido el privilegio de trabajar allí en muchísimas ocasiones, ha de reconocer que así es. Claro que también he de decir que en estos tiempos la Catedral nunca se habría ganado dicho apelativo.

En San Mamés se sentía fútbol y así se notaba desde todos los confines del Bocho para acentuarse cuando se enfilaba Licenciado Pozas y se veía en lontananza el monumental escudo del Athletic. Con el derribo de San Mamés, la Liga pierde una de sus más importantes señas de identidad y uno, que ha visto ganar y perder allí a los nuestros en un gran número de tardes grises y soleadas o en noches de sirimiri o aguanieve, no tiene otra que lamentar lo irremediable.

Conocí San Mamés antes de la remodelación para el Mundial 82 y puedo asegurar que allí es donde más aparecía el rito, la liturgia que también tiene el fútbol. Pero también me resultaba chocante la cantidad de elogios que recibía el comportamiento de su parroquia. Parecía que allí todo era el señorío vasco y el aplauso al rival que se hacía merecedor, pero el monte no tiene sólo orégano y la irrupción de nuevas generaciones corrompió una barbaridad el ambiente de la Catedral.

Esa gente nueva, mayormente con el veneno que suministran en las ikastolas inoculado en vena, desvirtuaron una barbaridad el clima de San Mamés y eso de recibir a los equipos del resto del Estado con insultos antiespañolistas nos llevó a creer que la Catedral era de todo menos una catedral. Dicho esto hay que convenir en que la desaparición de San Mamés es una pérdida importante para la Liga porque, a pesar de todo, vivir un partido allí era algo especial, muy especial. Agur.

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