LA Liga acaba con un equipo de Sevilla en la Champions y otro en Segunda. ¿Tanta diferencia hay entre los dos, si más o menos representa cada uno a la mitad de la ciudad? Los dos son sociedades anónimas, pero una se gestiona con criterios de 2009 y otra con los de la España de los Botejara en 1975. El Real Betis Balompié es la sociedad más anónima. Una entidad vaciada en favor de su dueño y mercader. El Betis sólo existe en el corazón de los béticos, y eso no vale nada ante notario. Es una entelequia del Gran Ausente, muñidor de una trama de negocios y empresas usando al club de tapadera. Tanto ama al Betis que lo maneja desde casa y le puso su propio nombre a un mausoleo donde ayer miles de personas, de prestado en un lugar que no es suyo, lloraban porque les han robado una vida de Primera.

De nada vale ahora justificar que el Betis regaló más de 10 puntos a la competencia y le han cogido las vueltas por la rápida resolución del título en favor del Barça, factor que ha salvado al Osasuna. El Betis se ha abrasado en la cuarta temporada consecutiva jugando con la temeridad. Pierde la categoría en el peor momento económico para el fútbol millonario de los pelotazos televisivos, que va a vivir una reducción de ingresos y un ajuste tan fuerte como el del sector inmobiliario. Lopera se aferrará a su posición mayoritaria y, si se ve extremadamente acuciado por los poderes de la ciudad para traspasar las acciones, porque el divorcio bético se convierta en un asunto de orden público, querrá hacer negocio con su salida inflando el valor de una sociedad tan anónima como vacía, y pactando que se silencie todo lo que auditen sus sucesores.

O el Betis se refunda con personajes de nivel (por ejemplo José Rodríguez de la Borbolla de presidente, Emilio Carrillo de consejero delegado con poder ejecutivo, Julio Cardeñosa de director deportivo y Rafael Gordillo al frente de una cantera con masía) o desaparecerá societariamente como les sucedió al Málaga y al Almería.