SEMILLAS de intolerancia, de injusticia, de fracturas sociales adormecidas y anestesiadas por subsidios y subvenciones que no han querido ni tampoco dejado ver en superficie, la desigualdad, la exclusión, los pozos de marginación, los nuevos guetos del siglo XXI que abrazan y forman parte de las grandes urbes. Pero allí los gobiernos no quieren ir, tampoco los ayuntamientos. Marginación en estado puro, odio aplacado, ira resentida, estupor y violencia atenazados por un embriagador resentimiento y trinchera social, clasista, violenta, recia, irracional. Pobreza y subsidio social, marginación y exclusión, paro y desempleo en tasas altísimas, fracaso escolar, comunidades rotas, segregadas, multirraciales y étnicas que acaban convirtiéndose en otra ciudad dentro de la ciudad, pero sin esperanza, sin sueños, sin poder alcanzar jamás esa delicada línea, sutil e invisible que separa la salvación de la miseria.

Bastaba cualquier chispa, cualquier excusa, solo era cuestión de tiempo. Londres arde, las calles se convulsionan, los ciudadanos incrédulos y timoratos asisten atónitos a un espectáculo de violencia, saqueo, pillaje, vandalismo desnudo y descarnado, antisistema, bandas organizadas que explotan el polvorín social en el que las calles y los barrios más pobres se han ido convirtiendo. Noches de violencia, humo callejero, llamas ardientes de odio y brutalidad, visceralidad y rencor.

El rencor de una rebeldía que se ha ido alimentando de resabios de ira, de pasividad, de resignación consentida, de falta de coraje para superar la crisis social, económica, también cultural. Han fracasado las políticas de integración, el multiculturalismo de tono amable, abierto y tolerante, liberal en estado puro. No hay adaptación, pero ¿quién es culpable?, el que no sabe o el que no quiere, el estado o los gobiernos sucesivos o el magma social y racial que convulsiona. Puntas de un iceberg demasiado engastado en torques de desigualdad, desesperanza, imposibilidad, resignación, marginación y resentimiento.

Es Londres, Liverpool, Birmingham, pero puede ser cualquier ciudad europea. Hace años era París, la periferia parisina la que ardía, convulsionaba. Madrid o cualquier ciudad española puede convertirse igualmente en una pesadilla. Algo falla, algo va mal en nuestras sociedades indolentes y acomodaticias como dejó escrito Tony Judt.

Las causas, los porqués de estos disturbios tan vertiginosos como súbitos, explosivos como incontrolados y sobre todo con el apoyo de las redes sociales movilizadoras y hasta el momento no controladas por nadie, nacen más allá de la muerte de un presunto delincuente por las balas de la Policía en el barrio londinense de Tottenham. Es la ceguera omnisciente, la pasividad de la sociedad, la tolerancia con la marginación, la desafección con los niveles más pobres socialmente, el fracaso escolar, la exclusión, la droga, la delincuencia, los muros invisibles pero conscientes que las clases medias y altas levantan hacia otros, el malentendido asistencialismo de subsistencia de los ayuntamientos y servicios sociales, la negrura de un horizonte que no llega ni se despeja ante una levitación resignada y socialmente tolerada, la que ahora, en este agosto infernal convulsiona y explota, como una botella donde la presión estalla y la burbuja devora la mar de tranquilidad y apaciguamiento.

Barrios degradados, minorías raciales que no se integran, pobreza socioeconómica, dureza policial, incomprensión de unos y de otros, intolerancia, desconfianza, miedo, falta de ayudas sociales, recortes, y la ciénaga se ensancha, amén del resentimiento y una ira irracional. Todo vale, la mecha estaba ahí, sociedades opulentas pero que conviven con pobreza y exclusión de un modo deliberado. Sociedades mixtas pero segregadas. Interraciales pero segregadas conscientemente. Élites intelectuales, culturales, sobre todo económicas nada quieren saber, ver ni oír.

Los políticos miran hacia otro lado. Es poder, y eso no les interesa. Desidia y desinterés, y todos esperan que nada suceda, pero de repente los rescoldos se avivan, las llamas se propagan y las cenizas envuelven la conciencia y la razón. Vandalismo, brutalidad, saqueo, violencia. Pero más miseria y falsa concienciación. Promesas, vanas, vacías, irreales, como en 1985. Veinticinco años después Londres vuelve a arder social y físicamente. Una ignición inflamable, propagada por tantas semillas de odio e intolerancia, de injusticia y olvido.

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