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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

El Señor en la Alfalfa

El Señor ha venido al patio de su casa y sus hijos no le han abandonado en su recorrido

Cuando uno se plantea el tema a tratar en el artículo semanal, se da cuenta de la cantidad de tonterías que nos pasan por la cabeza y a las que dedicamos un tiempo que no merecen. Hay demasiada mediocridad instalada en la sociedad española a todos los niveles. Basta echar un vistazo a nuestro alrededor para darse cuenta de en qué manos estamos y qué temas son los que ocupan el tiempo de las masas trabajadoras y de las supuestamente intelectuales. El panorama es desolador y de ello dan pistas los índices de audiencias televisivas, los libros más vendidos o los personajes más aclamados.

Echando la vista una semana atrás, nada comparable a la salida extraordinaria del Señor del Gran Poder. Y junto a Él el pueblo de Sevilla, el de verdad, no el que algunos consideran que es por ser la facción que les vota, sino el auténtico, el que ignora a unos y a otros porque está en otra onda, en la de la sencillez. Gente que admira el Gran Poder del Señor y desprecia la prepotencia de los que se creen algo y no son más que unos oportunistas y trepadores en la escala social.

Por eso le dedico mi tiempo al paso del Señor por mi barrio de la Alfalfa, solar de la Híspalis romana, zoco y alcaicería de la Ixbilia almohade, mercado de la Sevilla fernandina, puerta de Indias, escenario de la novela picaresca y de las correrías cervantinas, escuela y expresión del barroco, patria de toreros románticos cantados por poetas del 27. El Señor ha venido al patio de su casa y sus hijos no le han abandonado en su recorrido. Delante de él iban hermanos de todas las capas sociales. Hombres y mujeres que ven en Él su paño de lágrimas, la imagen de sus padres o el apoyo necesario en los momentos difíciles. Aquí no valen ni la cuna ni la condición social. La hermandad iguala a todos y la antigüedad se respeta de forma estricta como único privilegio. Y tras Él, Sevilla y gentes venidas de todas partes, conscientes de lo que significa el Señor.

Por eso, aunque han ocurrido otras cosas, me parecía una insolencia dedicarle tiempo a un nuevo Gobierno que es más de lo mismo, a unas elecciones americanas con los candidatos más vulgares de su historia, a las rencillas barriobajeras por el control de un partido o a los insultos de un niñato prepotente y maleducado desde el atril del Parlamento. Esto me hastía. Mirar, en cambio, el rostro del Señor me da seguridad, paz interior y sosiego.

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