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La ciudad y los días

Carlos Colón

Mi Señor Cautivo

LA Semana Santa es el bueno de mi compañero y amigo Manolo Ruesga Bono, que ayer no se puso el antifaz de terciopelo azul de su Virgen de la Estrella, ante la que se casó cuando aún a la Virgen no le habían negado posada en San Jacinto, al pie de uno de esos antiguos altares de culto altos y hermosos, bosques de cera flanqueados por un triángulo de lámparas de cristal, adornado el presbiterio con macetas de patio como si Dios viviera en un palacio que fuera también patio de vecinos, porque llevó a sus nietos, nazarenos niños de antifaz recogido a un lado con imperdible dejando a la vista el escudo, cogidos de esa mano que transmite sin palabras lo más importante que sobre la Semana Santa pueda enseñarse.

La Semana Santa es este Señor mío Cautivo haciendo hoy de las calles nuevas y antiguas de Sevilla Vía Dolorosa y Calle de la Amargura, tan solo y abandonado sobre su paso como en Jerusalén lo estuvo, seguido por las mujeres que ni en los peores momentos de su Pasión lo abandonaron, escoltado -eso sí, y de qué forma ejemplar- por mil ochocientos nazarenos de antifaz mercedario y capa con vuelo de águila de San Juan sobre Cruz de Malta.

Casi cuatrocientos años separan a estas dos hermandades. Un suspiro, cuando la misma devoción se transmite a través de los brazos y las manos de los abuelos y los padres. Un suspiro, cuando la devoción que agrupó a los capitanes de barco allá por 1560 es la misma que impulsó a los vecinos del Tiro de Línea a fundar en abril de 1956 esta hermandad mía. Un suspiro, cuando los vecinos que fueron poblando el Tiro de Línea desde la primera mitad del siglo XX llevaban con ellos -porque lo llevaban en ellos- ese espíritu sabio que la ciudad infundía en sus hijos, sobre el que tan hermosas palabras escribió Manuel Chaves Nogales: "¿Qué puede moverles, al parecer conscientes, que no es la consciencia? ¿Intuición? ¿Gracia? ¿Religión? Es la ciudad, que les infunde su espíritu sabio… Hay un certero instinto que, sin ser precisamente el pensamiento, destruye las ficciones y burla todos los artificios, conservando a todo trance -aún en el negro trance de la ignorancia- la elevación espiritual de los ciudadanos. Es la ciudad, siempre la ciudad, inalterable y única a través de las generaciones".

Capitanes del siglo XVI o vecinos del siglo XX, la Triana marinera de la poderosa Sevilla puerta y puerto de las Indias o la honrada modestia de un barrio nuevo de la pobre Sevilla de los años cincuenta… ¿Qué más da, si el mismo espíritu de la ciudad los inspira y la devoción es la misma? Hoy mi Señor Cautivo convierte los siglos en un suspiro.

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