La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Separación sí, mordaza no

Lo religioso no puede reducirse a una ética privada sin proyección en la vida pública

Alaicismo no me gana el nuevo ministro de Cultura. Si se entiende por tal la separación y mutuo respeto entre los poderes públicos y la Iglesia u otras confesiones. Porque garantiza la independencia de ambos, evita injerencias indeseables en los ámbitos que les son propios y por ello es algo necesario y sano para los dos. Tan mala es la teocracia, imposición del poder religioso sobre el político, como el cesaropapismo, alianza entre política y religión. Otra cosa es el laicismo como beligerancia antirreligiosa y expulsión de lo religioso del espacio público.

Lo mismo puede tirar por un lado que por otro este hombre dialogante y culto, discípulo de Peces-Barba, traductor del Elogio de la templanza y oros escritos morales del Norberto Bobbio, estudioso de Rousseau y Kant, admirador de Fernando de los Ríos, vinculado desde 2013 a 2018 al Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas y, entre otros cargos, secretario de Laicidad en la Ejecutiva Federal del PSOE además de autor del libro Elogio de la laicidad. Hacia el Estado laico: la modernidad pendiente. Su lectura no disipa las dudas.

Como tampoco lo hacen estas palabras suyas: "Primero hubo normas religiosas para todos y progresivamente, conforme avanzaba la civilización y se consolidaba el proceso de secularización y la Modernidad, éstas formaron parte únicamente de la ética privada de fieles y creyentes siendo sustituidas (…) por el Derecho, laico por definición, que nos obliga a todos por igual, gobernantes y ciudadanos, creyentes y no creyentes". Estoy de acuerdo en lo segundo -el sometimiento de todos a las leyes, siempre que se trate de una democracia y salvaguardando la objeción de conciencia-, pero no en lo primero.

Lo religioso no puede reducirse a una ética privada sin proyección en la vida pública. Los creyentes lo son en lo privado y en lo público, y tienen tanto derecho a intervenir en los asuntos públicos guiados por sus creencias como otros a hacerlo guiados por su ideología; y allí donde existan partidos demócrata-cristianos, a aspirar a gobernar de acuerdo con sus principios. Otra cosa son los fundamentalistas teócratas, pero no este el caso de la Iglesia de hoy. Para entendernos: Merkel no es Ali Jamenei. Y no se olvide que, aunque tantas veces se haya traicionado, fue Jesús Nazareno quien aportó a la historia universal el principio de separación entre Dios y el César.

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