LLEGAMOS a la orilla, se acabó agosto y parece como si el tiempo no hubiese corrido. Seguimos en manos de ineptos que salieron de las urnas y que miran más por sí mismos que por el país que les votó para ocupar el puente de mando. Pero dejemos a dicha fauna a su bola, que ya habrá tiempo de darles la espalda, y caigamos en la dura realidad de que llega septiembre. Septiembre es la singladura temida por todos los que no han hecho los deberes, pero septiembre es también la meta donde rinde, o debe rendir, la normalidad. Claro que no todo lo que la normalidad lleva en la valija es agradable. El síndrome posvacacional, esa cursilada tan contemporánea, los atascos de tráfico con la imposibilidad de encontrar aparcamiento, el colegio con sus madrugones para el niño, muchos inconvenientes mientras un petimetre con el ego por las nubes sigue diciendo no.