LO confieso. Estoy enganchado a las tertulias políticas en la televisión. Y mira que me planteé, entre ingenuo y utópico, emprender un año sabático y desentenderme de todo lo que está pasando. Pensaba que sería muy agradable vivir al margen de los titulares hasta dejar que me sorprendiese un buen día de fin de año ese informe de 2013 sobre el estado de la cuestión. Conociendo entonces cómo han quedado cada una de las tramas y subtramas judiciales.

Pero qué va. Resulta que, como en la obra homérica, y como en realidad ocurre en nuestras vidas, lo importante no es tanto la meta como el camino. El viaje. También en esta crónica ininterrumpida en la que no faltan cabrones ni duques empalmados no importa tanto el desenlace cuanto lo que ocurre día a día. Lo que dicen y lo que no dicen. Lo que cuentan unos y lo que callan otros. No hay ficción que se le equipare. Por no haber, ni siquiera hay reality que pueda durar tanto y resistir tantísimas horas de televisión sumando afectos.

La trama engancha tanto que uno puede conectarse a ella a cualquier hora del día o de la noche. Se puede abandonar temporalmente y regresar a ella con total normalidad, siendo puesto de inmediato en los antecedentes de lo que se ha perdido, resúmenes y destacados mediante. En este mes de febrero de culebrón habrá una semana de récord. El día 20 arranca el Debate sobre el Estado de la Nación, pero es que ese mismo sábado, 23, Urdangarín hará el paseíllo. Ni Gran Hermano 14 puede tener una pegada tan fuerte. Y no se trata de banalizar la cuestión. Todo lo contrario. Permanecer durante 24 horas pendientes del 'serial' es a la vez nuestro consuelo de tontos y el peaje que están pagando muchos que iban de listillos.

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