La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Serrano cada vez casa menos con la política

Vox parece haber usado al magistrado como ariete en las andaluzas, pero desde muy pronto lo orilló

Cada día se ve con más nitidez que la política no es el reino del juez Serrano. Ha servido de ariete para la marca Vox en Andalucía, pero ya se sabe qué ocurre con las puntas de lanza una vez que se han derribado los muros. Unos conquistan y otros reinan. Unos fundan la empresa y otros la gestionan. Unos son cabeza de cartel, ponen la cara, la trayectoria y los valores, y otros son los portavoces, los que ejercen el mando y administran el colmillo. Serrano está acostumbrado a ser magistrado, a encarnar un poder del Estado, a firmar sentencias, a una sobreexposición mediática que no es lo mismo vivirla revestido con la toga y luciendo puñetas que con un acta de diputado autonómico. Cuando fue sustituido a las primeras de cambio como portavoz del grupo parlamentario, ya olimos que en Madrid, donde se cuecen los guisos que aquí nos tomamos, comenzaban a ver en Serrano un producto amortizado, un símbolo de los duros inicios del partido, sí, pero amortizado. Serrano queda como un icono en el mejor de los casos. No sabe de estrategias políticamente correctas, ni de tacticismos. Acostumbrado a ser autoridad, es difícil controlarle el gatillo de las redes sociales. Acostumbrado a sufrir, a nadar contra corriente, a escribir libros, a defender causas perdidas... la disciplina de partido y su forma de ser iban a acabar chocando muy pronto. Quien necesita sentirse muy libre y está dispuesto a pagar el precio de decir cuanto piensa de los asuntos más espinosos, casa mal con las estructuras de una formación que, además, ofrece evidentes muestras de descoordinación entre sus diferentes grupos. El éxito de Vox se basó en captar el voto de descontentos del PP y en la apertura de determinados debates: las aristas de la Ley de Violencia de Género, la unidad nacional, la financiación del feminismo militante, etcétera. Pero una cosa es abrir los debates y otra saber mantenerlos al mismo tiempo que se forja la identidad de un partido como una estructura cohesionada y con proyección de gobierno. A Vox comienzan a sobrarle botarates en las provincias y está muy necesitado de una dirección que no disparate en asuntos muy serios y que sepa mantener con toda la legitimidad y sin complejos determinados enfoques legítimos sobre asuntos espinosos, pero siempre desde posiciones de rigor, desde perspectivas jurídicas fundamentadas, desde análisis desapasionados y alejados del pensamiento líquido. En toda esta coyuntura, el ariete andaluz de Vox resulta desdibujado. Y parece, como siempre ocurre en todos los partidos, que el enemigo lo tiene dentro. De momento seguirá en la política. Veremos si la política sigue con él.

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