Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Setas, libros y cigüeñas

EL cambio climático está teniendo los mismos efectos depredadores que la Alta Velocidad: nos está dejando sin estaciones. Vamos en busca de los fríos como Javier Reverte iba a la captura de las huellas de Jack London. De pronto vemos señales de que por fin vamos a dejar de ser descamisados en este peronismo sin montañas nevadas. Las últimas nieves se marcharon con el cese de Magdalena Álvarez, a la que de nada le sirvió su máster de heladas en Siberia.

El tiempo sin estaciones, ni chicha ni limoná, es la muerte en vida. Todo crepúsculo anuncia una alboreá. Se muere Francisco Ayala la misma semana que el Granada del gran Tariq se coloca líder en el grupo cuarto de Segunda B. El frío va mandando sus emisarios, sus particulares jinetes del Apocalipsis. El otro día subí a tender la ropa y desde la terraza saludé a mis tres torres de referencia: la Giralda, la torre de don Fadrique, tan italiana, y la de los Perdigones, tan inglesa entre macarenos. Vi sobrevolando el cielo azul una bandada de cigüeñas. No venían a manifestarse contra Bibiana Aído. Su vuelo migratorio era signo inequívoco de que huían de unos fríos que no tardarían en llegar.

Carolina, mi vecina hondureña, trianera consorte, había apuntado otra señal. "He visto las primeras setas en Galaroza", me decía cuando ambos coincidimos en el civilizado ritual del reciclaje. Ornitólogos y micólogos para anunciar el esperado cambio climático. El anhelado recambio porque sin los rigores del invierno no se puede disfrutar de la primavera, esa señora de Botticelli que llega todos los años con el Miércoles de Ceniza.

Hay una tercera señal, ésta más prosaica en el sentido más literal de la palabra. Una cuadrilla de operarios llevaban cajas de libros a una conocida librería. En el exterior de las cajas se leía: Premio Planeta. La heroína caboverdiana, emigrante como las cigüeñas, que le ha dado la gloria literaria a Ángeles Caso, desertora de telediarios. Imaginaba a sus futuros lectores como estibadores portuarios de este cargamento de libros, sueños de Conrad. Libros que comercialmente apuntan a las demandas del regalo navideño. Al lado de las cajas pasa Francisco García Tortosa, el murciano que tradujo el Ulises y que ha encontrado otro tipo de señales. Después de adentrarse en el Michelena, la biblia idiomática de los vascos, hizo un inventario de las palabras del vascuence -"me niego a decir euskera"- que aparecen en el Finnegan's Wake, la obra más compleja de James Joyce. Comparó fechas y llegó a una conclusión: el escritor irlandés jugó a la semiótica verbal impresionado por el bombardeo de Guernica. Un Picasso del norte que vio señales de fuego en el invierno de la guerra.

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