COMO a quien madruga suele ayudarle Dios y como todo amanece muy temprano para el Sevilla, pues ya está manos a la obra del equipo de Nervión. Y es que el agosto que se le avecina al Sevilla es duro como aquel Verano sangriento que salió de la pluma de Ernest Hemingway como narración de la pugna que mantenían en los ruedos Luis Miguel y Ordóñez. Si aquel fue un verano de hule y cloroformo, al Sevilla se le presenta un agosto lleno de compromisos tan ineludibles como complicados. Un agosto en que se juega un título nacional y la participación en la primera competición continental, no en la segunda.
Con treinta futbolistas ha de afrontar Antonio Álvarez este tiempo de laboratorio y engrase. Demasiados futbolistas y sólo dos caras nuevas; dicen que sólo dos por el momento, pero también se asegura que la situación económica en general no aconseja los dispendios. Bueno, la verdad es que en ningún sector son aconsejables los dispendios, pero es que en este fútbol de hogaño la trifulca entre televisiones no es recomendable meterse en libros de caballería. El francés Dabo y el italiano Guarente son los únicos cromos nuevos, pero dicen que, tras la fuga de Borja, el Plan B se ha activado y sabido es que siempre guarda Monchi más cartas en su bocamanga.
Tal como están las cosas, lo que se avecina resulta para el Sevilla complicado, pero con una incalculable carga de ilusión. En liza, la Supercopa de España y abrirse paso para un puesto en la Champions; todo llega trufado por un Carranza que el Sevilla quiere defender con todas sus fuerzas. Nos estalla en la cara, pues, un agosto digno de ser narrado por Hemingway si no fuese porque el Nobel decidió tirar la toalla hace casi cincuenta años. Ha vuelto el Sevilla de las vacaciones bien pronto y no tiene por qué ser por aquello de al que madruga Dios le ayuda, sino porque no cabe otra, que agosto espera demasiado astifino y con un botín en juego que es todo un tesoro.
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