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josé / rodríguez De La Borbolla

Sevilla: calentamiento global y calentón particular

El autor pide que se eliminen los termómetros callejeros de la ciudad

EL calentamiento global existe, tiene consecuencias negativas, es provocado por los humanos y no se sabe bien cuántas modificaciones, todas ellas sensibles, va a provocar en la vida de nuestro planeta. Parece que es un hecho irreversible, tan irreversible que ya no lo niegan ni Aznar, ni Bush, ni el primo de Rajoy, ni la madre que parió a todos los emisores masivos de CO2. Ahora bien, una cosa es el calentamiento global y otra cosa son los calentones particulares que muchos agarran con el calor existente, con las mediciones del calor, con lo que sufrimos con el calor, y con predicar el calor que hace aquí, en Sevilla.

Me pongo de los nervios cada vez que veo un reportaje en televisión en el que aparece, a pleno sol, un/a aguerrido/a reportero/a, emplazado/a delante de uno de esos termómetros gigantes callejeros, en cuya pantalla aparecen reflejadas temperaturas de entre 45 y 54 grados centígrados, elucubrando sobre las penosas circunstancias de supervivencia de la gente. Y me pongo de los nervios por tres razones: porque esas mediciones de la temperatura ambiente son erróneas, primero; porque esas mediciones son la presunta "realidad objetiva" de Sevilla que se le traslada a millones y millones de espectadores en todo el mundo, que pueden pensar que Sevilla es peor que el Sahara, en segundo lugar; y, finalmente, porque esos "numeritos mágicos", vistos al pasar por nosotros, viandantes normales que ya vamos con nuestro calor puesto, hacen que nos sintamos más duramente agredidos por la Providencia, que nos pongamos tristes y que se nos quiten las ganas de vivir y toda intención de salir a la calle. "¿Cómo podemos sobrevivir?", nos preguntamos. "¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto?", inquirimos mientras levantamos la vista al cielo.

Los termómetros callejeros son una tortura psicológica cotidiana, del nivel de las que se practican en Guantánamo o de las que diseñaron Hitler, Goebbels, Himmler y sus secuaces más aventajados. Los termómetros callejeros son una sutil incitación al suicidio colectivo de un pueblo sin esperanzas de vida placentera, porque nos hacen sentir más calor del necesario y vivir con un calor sobredimensionado, ya que sus cifras son engañosas.

No es lo mismo medir la temperatura al sol que a la sombra. El otro día, en mi casa, a las 13:30, hice la prueba con un termómetro buenecito: en una ventana, al sol, marcaba 40 grados; en la ventana del otro lado de la casa -¡mi misma casa!-, a la sombra, marcaba 31 grados: ¡9 grados de diferencia a 10 metros de distancia! Es lógico: prueben a sentarse en un banco de hierro forjado, al sol, y en el banco de al lado, a la sombra. O súbanse en una moto aparcada al sol o a la sombra. Ya verán cómo les responde su propio culo, el pobre. (A propósito, yo tengo un cuñado, licenciado en Ciencias Físicas, y un amigo, ingeniero y catedrático de Universidad, que me han explicado que esos fenómenos son consecuencia de las radiaciones que emiten, desde sí mismos, los cuerpos directamente sometidos a la influencia de una fuente de calor, con independencia del calor ambiente. ¡Ea!).

Otra cuestión: en París hay más días de lluvia al año que en Londres, de verdad. Pues bien, ¿se dedican los parisinos, quizás, a predicar por el mundo su condición de ciudad lluviosa? Ni se les ocurre. En conclusión: déjense de calentones informativos meteorológicos y eliminen los termómetros callejeros, por favor. Por nuestra salud mental y por nuestra imagen como ciudad.

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