La Sevilla del cardenal Amigo

La ciudad, qué duda cabe, no sería la misma hoy sin la impronta del cardenal Amigo

Cuando Fray Carlos Amigo fue enviado a Sevilla desde Tánger en el verano de 1982, estábamos en vísperas de todo: de un Mundial, de la primera visita de un Papa, incluso del comienzo de la larga hegemonía del Partido Socialista de Felipe González, aquí y en Madrid. Aunque por las cosas que se leen y escuchan estos días pudiera parecer lo contrario, no lo tuvo fácil aquel obispo joven y alto que se encontró con una archidiócesis muy endeudada, y con una sociedad dominante conservadora en la forma y los modos de entender las complejas relaciones de la Iglesia con el poder.

Tuve la suerte de tratar a Don Carlos un tiempo con relativa asiduidad, y guardo la imagen de una persona, sobre todo, muy inteligente, más cercana de lo que algunos han querido ver, con una altura de miras imprescindible para darle la vuelta a la situación y aprovechar en beneficio de la Diócesis (y de Sevilla, no se olvide) aquella inercia positiva, en dotaciones y esfuerzos, previa a los fastos del 92. Contrariamente a lo que dicen los estereotipos, nunca vi en Carlos Amigo lo que se dice un obispo progresista, sino una persona conciliadora y con una especial habilidad para entenderse con el poder político, sea del signo que fuese, sin renunciar nunca a ese carisma espiritual y evangélico de los hijos de San Francisco.

Tuvo, lo recuerdo bien, sus problemas para encaminar a las hermandades por una senda más abierta y acorde a los nuevos tiempos, sobre todo en lo que respecta al papel de la mujer en las cofradías, pero siempre prefirió, ahí también, el guante de seda a la rienda corta. En su largo pontificado hay un punto de inflexión cuando Juan Pablo II lo crea Cardenal en 2003, y a partir de ahí pareciere como si la ciudad barroca volcara toda su carga de respeto para acogerlo ya para siempre como uno de sus hijos más preclaros. No hay nada más que ver los continuos homenajes y reconocimientos de los últimos años para constatar la huella que ha dejado en tantas personas e instituciones.

El otro día en la catedral, escuchando a su fiel hermano Pablo al final del abarrotado funeral, recordaba sus cariñosas palabras en su último Corpus el mismo año que murió mi padre, cómo solía bromear recordando mi cara exhausta aquel primer año tras la procesión (¿sigue usted sacando el farol…?) o cualquiera de sus brillantes homilías. Y pensaba que la ciudad, qué duda cabe, no sería la misma hoy sin la impronta del Cardenal Amigo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios