¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La Sevilla concertada

Los concertados son parte viva de la historia de Sevilla. No se les puede atacar sin agredir al corazón de la ciudad

Se pueden recitar como un listado de tapas, al estilo de los viejos camareros-bardos de la tradición hispalense: "Portaceli, Maristas, Irlandesas, Salesianos, Compañía de María, Claret, Padres Blancos, Carmelitas, Calasancias, el Valle, Escolapios, Doctrina Cristiana, Altair, Ribamar, Buen Pastor, Adoratrices, Mercedarias, La Salle, Las Esclavas, Santa Ana, Teresianas, Sagrada Familia, etcétera…" Son los colegios concertados de Sevilla, los que el domingo hicieron el ejercicio loperiano de colapsar la Palmera para protestar por el atropello de un Gobierno que, aprovechando el estado de alarma decretado a golpe de Covid, ha aprobado la ley Celaá sin dar la más mínima oportunidad al diálogo con los sectores afectados. Al mismo tiempo que se le rendían todos los honores a los filoetarras de Bildu, los sediciosos de ERC o los sacaperras del PNV, el Ejecutivo ha ninguneado a una amplísima porción de la sociedad española. Probablemente porque conozca tan poco la realidad de su país como para creer que a la concertada sólo van los cachorros de la derecha. Las orejeras ideológicas, los prejuicios adquiridos, convierten el mundo en un Callejón del Gato en el que los espejos mentales lo deforman todo.

Uno lee la lista de los colegios concertados de Sevilla y se da cuenta de que está ante mucho más que una simple relación de "unidades educativas". Podríamos hacer lo mismo con los institutos públicos: San Isidoro, Murillo, Herrera, Velázquez, Bécquer, Triana, Tablada, Nervión, Martínez Montañés, Luca de Tena, Ramón Carande, Luis Cernuda... Todos, con curas o comecuras a los mandos, son parte viva de la historia de Sevilla, instituciones enraizadas fuertemente en los pilares de la ciudad, canteras en las que se han educado cientos de miles de sevillanos de todas las profesiones, opciones ideológicas y posición social. No se puede atacar la concertada sin agredir de alguna forma al corazón de la urbe. Por eso la manifestación del domingo en la Palmera no fue una mera rabieta de la derecha confinada, ni una reedición de la foto de Colón, como se apresuró a afirmar ayer la locutora favorita de la progresía hispana, sino la rebelión de una parte importante de Sevilla que no está dispuesta a dejarse pisotear por una ministra prepotente, que cuando le tocó disfrutó de este modelo de educación y ahora, no se sabe si por algún complejo freudiano o por simple oportunismo político, está dispuesta a asfixiarlo. Lo del domingo sólo fue un primer movimiento. La marea naranja irá a más y la Lomloe volverá al trastero en el que duermen todas las leyes de educación rotas de la democracia. Si es que cabe.

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