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Fragmentos

juan ruesga navarro

Sevilla crepuscular

La mayor prueba de que la ciudad de otro tiempo se nos va son los ejercicios de nostalgia

Tengo la sensación que Sevilla vive un largo crepúsculo. Ese momento de la historia de una ciudad o de una persona, en que las fuertes luces del día que la han iluminado, se retiran. Y dan paso a una sensación conocida entre nosotros: ese bello momento de cada día en que todavía hay claridad pero ya no está el sol y aún no llega la noche. El lubricán. Esos largos instantes de luz encalmada en se pueden mover los animales en el campo, como los toros bravos o en la recogida de las yeguas de las marismas. Viejas sabidurías de nuestra cultura ganadera. Y de los cazadores que aguardan el momento en que las aves acuden a los bebederos. Ese momento en que la luz difusa siluetea los edificios sobre un fondo azulado, terso como un ciclorama teatral, que parecen fotocopias de tonos grises que se hubieran recortado. Por ejemplo, el encuentro en ese momento del día con la Catedral y la Giralda al bajar por la calle Mateos Gago, como una gran masa agrisada en la que aún se perciben las formas y detalles, pero que asemejan un inmenso recortable. Lo que los fotógrafos conocen como la hora azul. Un poco antes de la llegada de la noche, que verá la oscuridad rasgada por sus luces añadidas y nuevas formas de vivir y estar. El día acabó pero no ha terminado la actividad, empieza otra distinta.

Esa imagen es la que hoy me hace pensar en que vivimos en Sevilla un tiempo de crepúsculo. El paso inexorable de una época a otra. Como el fluir de las horas, de los días y los años. De un pasado más evocado que vivido por la mayoría de los actuales sevillanos al encuentro de las realidades que nos aguardan. Un crepúsculo que nos permite reflexionar y rememorar ante la certeza del fin de un ciclo. De toda una época. Que hay que afrontar. Porque ya nada será igual. Podemos repetir individualmente ciertos rituales tratando de invocar el mito de la ciudad del pasado, pero será inútil colectivamente. Porque Sevilla seguirá cambiando. Aunque forma parte de la naturaleza humana aferrarse a las cosas, la naturaleza simplemente evoluciona, cambia. No se detiene. En mi opinión la mayor prueba de que la ciudad de otro tiempo se nos va indefectiblemente, son los ejercicios de nostalgia que vemos a nuestro alrededor recopilando fotografías del pasado. Viejas postales. Pero como dijo el poeta, "...aquellas que aprendieron nuestros nombres... ésas... ¡no volverán!" Una forma de vivir ya terminó, se acabó, pero en este largo final del día que vivimos nos parece que aún se puede luchar contra el tiempo, dios implacable que lo devora todo. Claro que también pudiera ser lo contrario. Y que la luz que la luz difusa y bella que nos alumbra sea la del amanecer que anuncia un nuevo tiempo. De la nueva realidad de una vieja ciudad, que se transforma en un proceso de vida, le pese a quien le pese.

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