La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Sevilla, echada de su centro

Quien quiera encontrar eso que algunos llamamos Sevilla ha de buscarlo en los barrios

Hasta quizás los años 90 del pasado siglo, no sé si la cosa tuvo que ver con la Expo o no, eso que algunos llamamos Sevilla como una conjunción vital de historia objetiva y memoria subjetiva, patrimonio monumental y cotidiano, formas de vida y costumbres, abarcaba toda la ciudad desde su centro histórico hasta los barrios más recientes. En los últimos 20 años, en cambio, se ha echado a Sevilla del corazón de su centro histórico como se hacía con aquellos vecinos del centro, San Bernardo, Triana o la Macarena echados de sus barrios por la siniestra conjunción de las malas condiciones de sus viviendas y la avidez especulativa que las dejaba degradarse aún más para derribarlas y alzar en su lugar bloques de pisos para ocupantes de mayor nivel económico.

Gentrificación se llama a este fenómeno: "proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo". Pues bien, el corazón del centro histórico de Sevilla ha sufrido un vergonzoso proceso de gentrificación en el que lo desplazado, además de los vecinos, es la propia Sevilla, sus formas de vida, sus comercios -tanto los más modestos de proximidad como los más elegantes y cargados de historia- sus bares y sus cafés. Los ocupantes que sustituyen a los vecinos son los turistas y los que sustituyen a los comercios, bares y cafés de los nativos son los locales destinados a servirles, incluidas las calles que se convierten en comederos al aire libre.

Quien quiera hoy encontrar eso que algunos llamamos Sevilla ha de buscarlo en los barrios. El corazón del centro histórico es un grosero parque temático en el que todo se ordena -mejor: se abandona- al turismo de masas, incluso la Catedral y el Salvador convertidas en museos. Como en él viven muy pocos ciudadanos y de él viven muchos, las quejas parecen ser cosa elitista de unos pocos señoritos cabreados porque se han colectivizado las tierras que creían suyas. Además de no ser cierta -quienes vivimos desde hace muchos años en él conocimos su realidad interclasista- esta demagogia ignora algo fundamental: un centro histórico vivo es la memoria viva de una ciudad, el núcleo del que parten los radios que unen, como en las ruedas, el cubo central con el aro permitiéndole avanzar a través del tiempo, cambiar y progresar perseverando en su ser.

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