Eludiendo cualquier posibilidad de maracanazo y con el hándicap de un terreno de juego acorde con el potencial del anfitrión, el Sevilla fue dejando pasar el tiempo gol a gol, que al descanso ya había ligado póquer de dianas. Era un soliloquio indecente, impropio de una competición continental que acoge a demasiados paquetes en su nómina, pero así es la cosa y el Sevilla se la tomó sin darle ni una sola opción a la autosuficiencia.

Y lo hacía sin que le rozase un solo alamar a la tropa que pasado mañana acomete la tarea de salir con bien del derbi. Porque no creo que vaya a ser de la partida ni uno solo de los que saltaron al patatal del Josy Barthel. Si acaso Jordan u Óliver podrían ser de la partida, pero tampoco el primero juega con las cartas que exhibía al inicio de la temporada. Lo más probable es que ni uno solo de los titulares de ayer vaya a tener cartas de titularidad el domingo a las nueve de la noche.

Con 0-4 al descanso, la continuación sobraba y hasta lo hubiera agradecido la desmañada tropa luxemburguesa. Un trámite que se veía como cáliz amargo para los locales, pero en el que siguieron disfrutando los de Lopetegui mediante un desmesurado porcentaje en la posesión y un acierto pletórico ante el marco enemigo. Enemigo por decir algo, pues lo cierto es que este equipo, que es actualmente quinto en una Liga de perfil tan bajo como la luxemburguesa, era un pelele.

Y, mientras tanto, sigue la cuenta atrás con vistas al plato más suculento del fútbol según Sevilla. Se le venía achacando una preocupante falta de gol y aunque el Dudelange es lo que es, puede que le haya servido al Sevilla para reencontrarse con ese maná que en fútbol es el gol. Al final redondeó un triple anotador Munir, el rival maquilló lo que pudo el marcador y el Sevilla cumplió con el objetivo, ese objetivo que ya se veía muy a la mano tras sortearse la competición.