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Antonio Montero Alcaide

Escritor

De la Sevilla inexacta

La inexactitud sevillana acaso resulte de la pretendida y reservada incógnita de la sorpresa

Así tituló José María Requena, en 1992, el artículo con que obtuvo el Premio Ciudad de Sevilla de Periodismo. Una fotografía aérea le ofreció inspirado argumento para reparar en la que podría considerarse como aversión sevillana a la simetría. Adviértase, empero, que la ciudad de las dualidades, de los antagonismos, pudiera ser propensa a cierta geometría de los contrarios. Si bien los contrapesos, más que simétricos, son opuestos. La fotografía en cuestión era de la plaza de toros de la Maestranza y el simbolismo a propósito porque, con perspectiva aérea, la forma de la plaza no es circular ni tampoco de un ovoide perfecto, sino que presenta una heterodoxa asimetría.

De la Sevilla inexacta, entonces, porque dos y dos son y no son cuatro. Disquisiciones hay para decir que el todo es más, o menos, que la suma de las partes, pero la inexactitud sevillana acaso resulte de la pretendida y no despejada incógnita de la sorpresa. Cuando el algoritmo de los días, los términos de la ecuación de las voluntades, no busca la precisión, sino la incertidumbre como materia gozosa de la expectativa. O de la víspera inmaterial, del anuncio presentido porque, decía Requena, "Sevilla viene a ser, precisamente, lo que se supone a punto de llegar y no llega". Esto es, un regusto de la expectativa no consumada, una anticipación de lo que no tiene mejor tiempo oportuno que el de la espera, un prolegómeno que no se hace introducción excesiva o empalagosa sino que resulta materia genuina. Liturgias de vísperas hay por ello, tanto para las celebraciones mayores como para los gozos más minúsculos, acaso mejor cumplidas que los protocolos del momento propio.

Algo tendrá que ver con esto, además, la sevillana predilección por lo repentino -no se confunda con lo fugaz o lo efímero-, la querencia no poco irracional -los afectos derramados son ajenos a la razón- por las ilusiones. Mas no se tenga esta inclinación como propia de inocentes ilusos, sino animada por una partida en que la baraja reparte fortuna con los comodines de la magia, la fantasía o el misterio. Cuenta hay que dar también de la engañosa expresión de la alegría, dado que antes se buscan las razones para estar alegres -otra vez la expectativa como traje a medida de la esperanza- que la complacencia de haber alcanzado la alegría poco antes de que se escape y sirva de nuevo al ejercicio de las vísperas.

Creía Requena -esmerado periodista y escritor, con su obra en los anaqueles del olvido- que Sevilla, más que quejarse por los cielos perdidos, soñaba con los altos cielos de la utopía, sin que se necesitara para ello la inequívoca predisposición de la exactitud o la equidistancia inalterable de la simetría. El canon de la imprecisión, la Sevilla acomodaticia.

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