FUE, en toda regla, una fiesta el colosal partido de antier noche en Nervión. Un partido para hombres en el que hubo dos ganadores, el Atlético de Madrid y la afición del Sevilla. Colorido impresionante, descomunal tifo incluido, y la sensación de que el Atlético de Madrid que ha construido Diego Pablo Simeone está destinado a escribir grandes gestas para bien de su clientela. Fue un acontecimiento en el que el Sevilla pudo decir mucho más.

Pudo decir mucho más y si no lo dijo no fue por falta de actitud, que siempre estuvo muy por encima de la aptitud. Desde el tañido inicial, la monumental tarea de motivación diseñada desde el servicio de mercadotecnia supo contagiarle a los futbolistas el espíritu necesario con el que plantarle cara a un rival superior. Pasó, sin embargo, que una cosa es lo que se pretende y otra lo que se consigue cuando el balón rueda y ya no hay tifo ni vídeo motivador que valga.

Las limitaciones del sistema defensivo se acrecentaron con la ausencia de Navarro, el hombre que mejor lee las intentonas del rival de todo el plantel. Y esas limitaciones resultaron fatales ante dos fieras como son Diego Costa y Falcao. Luego, todo fue remar a contracorriente y a expensas de los innumerables acarreos de balón que llevó a cabo el mejor hombre del Sevilla una vez más, Navas. Acarreó, goleó y asistió sin que nadie aprovechase algo de lo que generó.

Todo se fue al garete casi antes de romper a sudar y cuando más llovía sobre Nervión. Ahora sólo queda la Liga para martirio de una tesorería que sólo respiraría con el oxígeno de la séptima plaza. Se ha vivido creyendo que siempre se estaría en Europa y esos polvos trajeron estos lodos. Y lo cierto es que resta mucha Liga y que la distancia con el Viejo Continente no es un imposible, aunque para ello haya que mejorar las prestaciones de un equipo con mejor actitud que aptitud.