La lluvia en Sevilla

La Sevilla 'mogollónica'

Sevilla se ha convertido en un 'mogollonódromo' en el que colisionan gentíos incompatibles

Está la Sevilla magallánica y está también la Sevilla mogollónica", le comentaba el otro día al escritor Eduardo Cruz, a quien mando un saludo porque me estará leyendo ahora mismo. Lo que hace falta es que sea, a estas alturas del año, la Sevilla megalónica, añadió el compañero periodista de esta casa Juan Antonio Solís. Gran verdad; qué tarde se despliegan las misericordiosas velas que dan buena sombra a Sierpes y alrededores. Magallanes, mogollones y velámenes. Ea, de una tacada, tan breve conversación me ha dado material para repiar por aquí sobre tres cosas que nos conciernen: la circunnavegación, el primer berrinche de los tierraplanistas y la web donde admiro las especies del jardín de Magallanes; el reclamo de la umbría -vegetal y con surtidores de agua fresca a ser posible- para nuestras calles y plazas en verano, y esta Sevilla empicada en empetarse hasta el colapso. Hoy me detengo -interrumpiendo el paso, pensando a contramano- en medio del bullicio de estas calles.

La sevillanía sabe comportarse en las bullas. Eso se suele decirse. Hacemos gala de nuestra capacidad sobrehumana para soportar con decoro en un espacio atestado, así nos hayamos encontrado tantas veces con el tiíllo malaje que no te deja pasar así te estés muriendo a chorros, o con la señora que te clava a mala uva un codo en los ijares. Cierto es que pocas cosas pasan para la que se podría armar en la invicta y mariana bulla de Sevilla. Las avalanchas y los momentos de pánico colectivo que se han vivido en la Madrugá desde 2002 dan cuenta de los riesgos a los que se enfrentan los espacios públicos que albergan multitudes cíclicas. Toda muchedumbre es en sí -independientemente de la mecha que la prenda y por muy cívicos que se crean sus integrantes- un peligro potencial y exponencial. Esta es una frase que debieran llevar tatuada en un lugar visible los responsables de los dispositivos especiales de seguridad de nuestra ciudad.

Sucede que, de un largo tiempo a esta parte, se nos antoja que la ya de por sí populosa y animada Sevilla se ha convertido en una especie de mogollonódromo en el que, para colmo, colisionan gentíos incompatibles. Se nos llega a juntar en el mismo espacio y tiempo la cruz de guía con la cola de la manifestación, los hinchas del Valencia y el Barça con la ruta turística de mil pares de nipones en patinete, un tercio de la marina con un aluvión grupi de Alejandro Sanz. Al autor que lee sus versos en la Feria del Libro le puede caer encima el arroz que lanzan en la boda aledaña. Supongo que a quienes mandan no se les escapa que la saturación de eventos superpuestos hace flaco favor a la ciudad y a sus vecinos. Una cosa es nuestra vitalidad tan plural y callejera; otra muy distinta, rebasar y rebosar Sevilla en nombre de Sevilla.

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