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La Noria

Carlos Mármol

Sevilla: pretérito constante

Juan Espadas, el candidato del PSOE a la Alcaldía, empieza a intentar construir su propio discurso político mientras Monteseirín se resiste a pasar a un segundo plano en el año que le queda al frente del Consistorio

EL debut, por ahora, está siendo discreto. Tardío, si se tiene en cuenta que la operación de recambio estaba prevista desde hace ya tres años. Y sobrio. De entrada no hay excesivo furor, aunque las caras impostadas de la Ejecutiva quisieran transmitir lo contrario. Juan Espadas, proclamado hace una semana nuevo candidato del PSOE a la Alcaldía de Sevilla, ha comenzado a aparecer en la escena política hispalense de forma pausada. Calculada. Nada del otro mundo: nominación oficial primero, acto público en su nueva agrupación y un artículo en los periódicos -¿no dijo Griñán que las columnas en la prensa ya no las lee nadie?- en el que intenta presentarse tras meses durante los cuales todo el mundo ha opinado sobre él sin conocerlo en realidad de nada. En Sevilla suele ocurrir: se habla mucho de oídas. Generalmente por aquello de que la gente no sepa, en realidad, lo que uno piensa. No vaya a ser peor.

Espadas tiene trazado ya su propio guión en la carrera hacia la Alcaldía. Su planteamiento es sencillo: mientras Monteseirín se encarga de terminar de gestionar su proyecto, al candidato le corresponde hacer propuestas, oír a los ciudadanos y armar un nuevo producto que sin caer en las exigencias de la Sevilla Eterna -que desde hace años intenta aupar al poder local a Zoido- trate de conservar lo salvable de la gestión de los últimos dos lustros.

El sentido del equilibrio se antoja esencial para la misión. Sobre todo dada la situación en el ámbito económico. Quizás por eso Espadas ha elegido hacer un aterrizaje suave. Suficiente para que comience a visualizarse cierto cambio de estilo pero sin renegar de la bandera de la modernización de Sevilla, más pregonada que ejecutada en la última década. El principal inconveniente del cabeza de lista del PSOE sigue estando aún en el Ayuntamiento. Sin apenas haber entrado a juzgar la gestión municipal, y habiéndose limitado sólo a certificar lo evidente -por ejemplo, la Encarnación se ha ido de las manos-, el alcaldable ya ha recibido la primera respuesta del todavía regidor, que curiosamente unos días antes del estreno como articulista del ex consejero de Vivienda hizo lo propio -mandar un texto a los periódicos- para decir que le queda un año en el convento y que piensa ejercer. Monteseirín no es que se resista a irse -no tiene destino político conocido-, sino que se rebela ante eso, tan digno, que consiste en pasar a la historia. Quizás porque piensa que la historia de Sevilla empezó con su persona y, aunque el tiempo continúe su inevitable y seguro avance, para él la lectura que debe hacerse de lo que sucederá a partir de ahora está condicionada por su continua presencia. En esto se parece mucho a los sevillanos rancios: no existe el tiempo; la vida es la eterna repetición del propio ombligo. Nostalgia estéril.

Ejemplo de su singular visión es su blog, donde ha colgado el artículo de presentación de Espadas ilustrándolo con una foto del candidato que recuerda lejanamente sus primeros años en la Alcaldía. Un Espadas más joven, y con barba hirsuta, que ya no gasta, similar al regidor cuando gracias a Caballos -que fue quien le ganó las primarias a Borbolla- y a Rojas Marcos -que le votó en el Pleno- tocó por vez primera un poder que no quiere dejar. Como si fuera atributo eterno. Tiene gracia: unos dicen que Espadas y Zoido se parecen físicamente -por las gafas- y otros, como el regidor, fantasean con la idea de que el candidato terminará siendo por fuerza su heredero involuntario. ¿Para qué fingir? Es sabido que él ansiaba otro sucesor.

Espadas no lleva barba desde hace años. Y usa lentillas. Intenta ser él mismo, que es, siempre, la mejor manera de presentarse ante los demás, aunque dicha costumbre no se ejerza mucho en la Sevilla oficial. Su artículo explicaba quién era, de dónde venía y cuál es su principal motivación política. Su discurso sobre la ciudad todavía es genérico. Monteseirín hizo lo mismo cuando llegó -sin modelo- y enalteció su propio pasado de hijo de maestro. ¿Tanto importan los orígenes en la vida? Suelen ser casuales. Nadie los elige. Y rara vez son ya un destino cerrado para nadie inteligente. En la vida lo único trascendente son los hechos. Lo enseña La Celestina en dos pasajes. Primero: "Las obras son las que hacen un linaje". Segundo: "Dicen que la nobleza es una alabanza que proviene de los merecimientos y antigüedad de los padres; yo digo que la ajena luz nunca te hará claro si la propia no tienes". Tan cierto como el sol que -todavía- nos alumbra.

Monteseirín vendió a los ciudadanos cercanía, honestidad y talante. El tiempo destrozó sus palabras. Espadas cuenta que a su abuelo, empleado del Ayuntamiento, lo represaliaron en 1936 por ser de izquierdas. En los diez últimos años el gobierno local, que presume de esta misma estirpe, ha hecho igual: tratar de silenciar e imponer sus dogmas a ciudadanos que sólo ejercen el derecho a opinar con libertad. Espadas dice ser parte de la Sevilla progresista. Postula una urbe sin exclusiones donde "al que tiene la cara honrada no se le cierren las puertas". Y critica a Zoido, que nunca termina de enseñar su programa. De momento, es previsible. Hace falta más. Bastante más. Acaso ser capaz de lograr que en Sevilla, como decía un viejo periodista, maestro en tantas cosas, no se pregunte tanto de dónde viene uno, sino a dónde quiere uno llegar. Esta ciudad lleva siglos contando procesiones, escrutando linajes y sumida en un tiempo espiritual que es el del pretérito constante. Así le va.

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