La lluvia en Sevilla

Sevilla, primavera

Este año no gozaremos de la primavera de Sevilla. Es hora de pensar en cómo retomarla sin malversarla

En un audio de Whatsapp que me reenvían, un hombre dice sencillamente: "Ah, por cierto, el día 29 cambian la hora, tenemos una hora más". Este dato, que cada año suele entonarnos el cuerpo, esta vez resulta tan terriblemente intrascendente, tan absurdo, que sólo podemos hacer dos cosas: llorar o reír. Y esta última es la reacción del señor del audio. Tras avisar del cambio de hora, le da tal ataque de risa -esa risa incontenible, auxiliadora y purificadora de los velorios- que al escucharlo una no puede más que reír hasta la lágrima. Por no llorar. Es primavera en Sevilla. Y a mí qué. Y aquí qué.

"Nos vemos en la primavera de Sevilla", me dijo al oído Migue El Chapa, untándome la mejilla de colorete, en uno de los últimos abrazos que me han dado. Fue hace poco. Fue hace mucho. Era carnaval, calle y Cádiz. Y añadió: "La primavera de Sevilla ningún año hay que perdérsela". Verdad. El solsticio aquí es tan imponente que trasciende el tópico y hasta esquiva las palabras que lo nombran. Por mucho que se le cante a la primavera de Sevilla, no se puede contar del todo de qué está hecha. Es una aleación perfecta de sensaciones, es un estado. Tiene mucho de gozo y compartura (palabra que acuñó la poeta Laura Casielles). Da la vida.

Esta mañana, el sol -que sabe que no está la cosa pa farolillos- luce entre brumas, como en un fotograma de Apocalypsis Now. La porción de cielo que me corresponde me acaba de regalar una exhibición aérea de oscuras golondrinas. Las macetas consagran la estación con violetas, geranios chillones y gladiolos. Este silencio sobrevenido y este ritmo permite al menos conversar hondo con estas cosas, posarse en ellas y desde ellas zozobrar, dolernos y meditar de otra manera. Juego a imaginarme las calles: gente con carros de la compra, presta y callada, conteniendo la respiración, guardándose el aire. Rincones que recobran su punto de postal antigua. Zotal. Furgonas. Pájaros que trinan como nunca. La naturaleza, insurgente en las torres, tejados, patios y azoteas prosigue como única señal -no es poca- de la estación. Todo lo demás está en suspenso. Sevilla en primavera ha sido siempre algo tan espectacular que estuvo al filo de saturarse e impostarse a sí misma, de convertirse en otra cosa menos cierta. Este año no existe la primavera de Sevilla. Hay primavera, a secas, como mucho. Quizá es el momento para pensar en cómo retomarla sin malversarla. Cuando salgamos ahí fuera nada volverá a ser lo mismo, Sevilla en primavera no volverá igual, ni jamás olvidaremos este marzo atroz que no pudo ser. Tomémoslo como paréntesis para repensar despacio -antes de actuar- qué modelo de ciudad y qué forma de vivir su primavera queremos. Cuídenseme.

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