AMANECE tan jubiloso como inquietante este primer jueves de mayo. Mayo florido y hermoso para un Sevilla que acaricia la gesta de jugar su quinta final de la antigua Copa de la UEFA, hoy Liga Europa para lo que guste mandar. Con los deberes hechos hace una semana en la línea que separa Ucrania de Polonia, sólo queda rematar la faena y eso está claro que se halla al alcance de este Sevilla que camina a paso de oca por el Viejo Continente.

Demostrado y sin admitir discusión alguna, esta competición es el hábitat natural del Sevilla del último decenio. Eindhoven, Glasgow, Turín y Varsovia como precedentes, cuatro finales y cuatro victorias dan para confiar en una quinta conquista y hacer del Sevilla otro pentacampeón europeo, algo únicamente al alcance de los dos grandes en todo el panorama futbolístico español. Y con ese 2-2 de la ida, ¿quién va a dudar de la presencia del Sevilla el 18 en Basilea?

Ya sé y lo reconozco que en fútbol es una osadía llena de irresponsabilidad vender la piel del oso con el oso vivo, pero es que se ha visto ya tantas veces cómo este Sevilla abate osos vivísimos que... Optimismo quizá desmesurado, pero razonarlo es muy fácil. Este Sevilla que aún no ganó un solo partido de Liga lejos de Nervión juega esta noche en Nervión y Nervión se ha convertido en una especie de Huerto del Francés donde lo más probable es salir con los pies por delante.

El 2-2 de Lviv es un cañonazo y hasta ese optimista que es Mircea Lucescu sabe que en Nervión los caramelos vienen envenenados ya de fábrica. Habitualmente, el Sevilla en Nervión lleva los partidos a su terreno y hoy no tiene por qué ser de otra manera. Se trata de dar el salto definitivo a la quinta final y ya en ese punto se llega a la conclusión de que si las finales no están para jugarlas sino para ganarlas, a ver quién le discute al Sevilla que eso es así, tan habituado como está a eso.