Antonio Montero Alcaide

Escritor

Sevilla sin sevillanos

Una Sevilla desvirtuada, castiza y pintoresca, pone en versos machadianos una maravilla singular

Oh maravilla, / Sevilla sin sevillanos. / La gran Sevilla!". Ante la contundencia poética -sin oposición alguna de los términos- de estos versos, qué importa su atribución con pseudónimo, apócrifo o heterónimo. Antonio Machado es el poeta Abel Infanzón, nacido en Sevilla, en 1825, y muerto en París, en 1887, por creativa y ficticia disposición de quien efectivamente nació, también en Sevilla, en 1875, medio siglo después, que acaso el tiempo redondo importe, y murió en Colliure, Francia, en 1939 -con este año no pudo jugar Machado, en la biografía de sus apócrifos, dado que nunca es cierto cuándo han de acabar los días en su natural transcurso; si bien, en Francia concluyeron los de Infanzón y Machado-. Ensayos, en fin, estos de Antonio Machado, hasta encontrar al profesor Juan de Mairena como apócrifo mayor. Que no pseudónimos o nombres falsos; más bien heterónimos, identidades literarias ficticias, a las que se atribuye biografía y particular estilo; aunque al cabo apócrifos, en condición sustantiva, fingida la autenticidad de las obras que se les atribuyen. En definitiva, que Abel Infanzón, acaso también álter ego, rimó una sevillana maravilla singular.

La ocasión del veraneo también daría para una Sevilla sin sevillanos, pero la razón es circunstancial, más anecdótica que categórica si se sube algo el tono del raciocinio. Incluso mentar a los rodríguez, abnegados padres de familia que asimismo se prestan a alternativas acomodaciones con heterónimos o álter ego desahogados, vendría a cuento de la Sevilla más solitaria o menos concurrida por sus paisanos. Aunque ya no hay veraneos ni rodríguez genuinos, ni otro yo que no sea poco más que uno mismo.

Escribía esos versos Machado entre 1913 y 1914, a su llegada a Baeza tras la muerte de Leonor, y no ocultó el poeta la dolorosa y dramática realidad de ese momento de su vida, cuando más acude a disfrazar su personalidad literaria con otros nombres y vive un desequilibrio, tanto intelectual como emotivo, del que tal vez quisiera evadirse en sus desdoblamientos con el auxilio, no siempre socorrido, de la ironía. O con el retorno a la infancia puesto en los versos de Infanzón: "Dadme una Sevilla vieja / donde se dormía el tiempo / con palacios, con jardines, / bajo un azul de convento". Dónde está el consuelo, cómo encontrar el amparo de esa Sevilla vieja, más de un siglo después, si es que tal propósito no queda solo al inmaterial alcance de la evocación. Para Machado, sin embargo, toda su vida está en deuda con el recuerdo de un banco de la plaza de la Magdalena, sentado con una caña de azúcar en la mano: "Todo lo que soy -bueno o malo-, cuanto hay en mí de reflexión o fracaso, lo debo al recuerdo de mi caña dulce". Por eso sus versos rebelados ante una Sevilla castiza y pintoresca, desvirtuada: "Sevilla y su verde orilla, / sin toreros ni gitanos, / Sevilla sin sevillanos, / ¡oh maravilla!".

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