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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Sevilla sin sevillanos

Quien quiera estricta soledad que tome consejo de Fray Luis y se retire a una huerta

No sabemos bien si ha sido la "disciplina social", la responsabilidad ciudadana, la jindama o la novelería, pero lo cierto es que uno de los efectos de la pandemia del Covid-19 es el cumplimiento del sueño expresado por Machado en sus conocidos e inmortales versos: "¡Oh, maravilla,/ Sevilla sin sevillanos,/ la gran Sevilla!". La vieja y populosa capital del Guadalquivir luce en estos días sin apenas gentes, como pueblo en domingo o como en uno de esos regresos a casa al amanecer, después de una farra estudiantil. Algunos se felicitan por tan hermosa estampa. Suelen ser los que siempre han creído que existe una ciudad más allá de sus moradores, una esencia urbana ajena al tiempo y a la rugiente plebe. No negaremos las virtudes de este paisaje inédito y lunar, pero después de los primeros días de arresto domiciliario hemos llegado a la conclusión de que, a nosotros, Sevilla, nos gusta con sevillanos, con personas colonizando todos los rincones: las paradas de Tussam, los parques, los bares, las confiterías, las calles, las librerías, los estadios de fútbol, los teatros, las oficinas, las peluquerías... hasta los cementerios para despedir a quien proceda con el rito adecuado, no en esta triste soledad de ahora que es más propia de alimañas que de hombres. Lo vemos en los escasos paseos para sacar al perro o ir al supermercado, también en las fotos que en este periódico publican los dos Juan Carlos (Vázquez y Muñoz) o Antonio Pizarro: la Sevilla sin sevillanos es un decorado más o menos hermoso, un espacio que puede ser rellenado con cualquier cosa, turistas o coronavirus, pero carente de todo sentido. Igual que, como nos enseñó Caro, las ruinas de Itálica (fantasmagoría que fue llamada en tiempos Sevilla la Vieja) alcanzan su máximo significado en la más estricta soledad, las ciudades en general (bien sea Hispalis o Sebastopol) lo hacen con el hormigueo de los sapiens, con esa humanidad cervantina llena de historias y voces, de oficios y peripecias. La antigua Spal, esa encrucijada de los mundos mediterráneo, atlántico y mesetario, no es nada sin sus sevillanos, gentilicio maltratado e injustamente identificado con una minoría que se complace en su propia caricatura. Tras Madrid y Barcelona, pocas ciudades existen en España con esta variedad de tribus, con esta marabunta de mil leches, "hombres de todo mar y toda tierra", que diría Ángel González . Hay algo de freudiano en esos que desean la ciudad sólo para ellos, como niños mimados y celosos. Quien quiera estricta soledad que tome consejo de Fray Luis y se retire a una huerta, pero no desde luego a la del Rey, la Salud o Los Remedios, porque aquello volverá a ser un puro bullir de populacho cuando se marche el coronavirus. Sevilla con sevillanos, cómo se echa de menos.

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