La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Sevillanos con y sin caducidad

Hay vecinos que envejecen de forma prematura al dejar un cargo y se vuelven rabiosos en las redes sociales

Sevillanos con y sin caducidad

Sevillanos con y sin caducidad

Hay ciudadanos que irrumpen en la vida pública que un buen día dejan de estar en ella. Es curioso. Hay quien los compara con la gaseosa, pero prefiero hacerlo con yogures con fecha de caducidad. Unos lo llevan la mar de bien, con toda naturalidad, pero otros no aceptan que su tiempo, por la razón que fuera, ya pasó. Y andan pegando gañafones por las redes sociales, tratando de llamar la atención, queriendo meter el dedo en algún ojito al que sencillamente no alcanzan por cuestión de estatura. Este último tipo de sevillano con caducidad merece toda la consideración y, por supuesto, un silencio de salida de la Mortaja.

Quizás alguien tendría que hacer una suerte de Quién sabe dónde que estrenó Paco Lobatón en los años noventa. A veces se trata de casos en los que muy jóvenes llegaron a ciertos puestos o protagonizaron determinados actos (un pregón, un premio, un programa de televisión...) para después quedar ensombrecidos y sufrir malas digestiones. Es una pena que nadie aproveche la sabiduría de muchos de estos sevillanos caducos antes de que desarrollen la mala baba de algunos. A veces les piden entrevistas y te hablan con toda precisión de la Sevilla de la Transición, de la vida cultura de los años 80, de las primeras corporaciones democráticas. Y se pasa un buen rato leyendo testimonios impagables.

En otros casos, como ya digo, los ves perder el sentido del ridículo en algún perfil de alguna red social. No supieron situarse después de algunos años de apariciones públicas gracias a un carguillo o algún programa de radio o televisión. Los jarrones chinos no son sólo nuestros ex presidentes del Gobierno, sino muchos de nuestros vecinos que, aun siendo jóvenes y válidos, se automarginan y responden con andanadas ante cualquier estímulo. Este fin de semana, por ejemplo, ha sido toda una experiencia gratificante comprobar una vez más a un sevillano que no caduca. Alejandro Rojas-Marcos, líder de un partido disuelto, se dejó fotografiar muy sonriente para promoción del restaurante Becerrita. Parecía una combinación entre Rafael Alberti y el doctor de Regreso al Futuro. Buen ejemplo el de Alejandro: de la política a actor de teatro y siempre con saludables paseos por Sevilla. Murió el partido, él sigue.

Hay vida más allá de un carguete en el Ayuntamiento o de un pregoncito. Pero a veces esta ciudad se reviste de Saturno y se come a sus hijos, o éstos se dejan engullir sin apenas darse cuenta. O creen que siguen teniendo 20 años y están en la Universidad. Y entonces se produce el más espantoso de los ridículos ante el que sólo cabe el respetuoso silencio. Y la mirada baja para guardar discreción.

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