La colmena

Magdalena Trillo

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Sexo de cine

Tal vez empecemos a creer que lo de la identidad va más allá de la X y la Y cuando lo veamos en la gran pantalla

Isabel Coixet, en una edición reciente del Festival de San Sebastián.

Isabel Coixet, en una edición reciente del Festival de San Sebastián. / Juan Herrero / Efe

Hace un año lo anunció el Festival de Cine de Berlín y ahora sigue sus pasos el de San Sebastián: ya no habrá distinción de sexo en los premios de actuación. La Concha de Plata al mejor actor y a la mejor actriz serán reemplazadas por la mejor interpretación protagonista y de reparto. Se acabó la distinción de género. Este mismo martes lo explicaba el director: "El cambio obedece a la convicción de que el género, una construcción social y política, deja para nosotros de ser un criterio de distinción en la actuación".

No es ninguna decisión menor. Porque tiene una parte anecdótica, de moda incluso si lo entendemos como una forma de subirse al tren de lo trans, pero subyace un trasfondo de revolución (sigilosa) que conecta con el movimiento #MeToo y que vuelve a situar a la industria cultural (de la más popular a la más elitista) en la avanzadilla de lo que somos (y queremos ser) como sociedad.

Tampoco es una batalla sectorial. Porque lo que ocurre en la alfombra roja tiene el mismo efecto arrastre que el que hemos (mal)digerido durante décadas imitando las vidas e historias del celuloide con que antes nos engatusaba la gran pantalla y ahora las series en el iphone. De la denostada colonización a las políticas de excepción cultural pasando por el proteccionismo más pervertido. Como espejo de las mismas tensiones que van saltando nuestras costuras de confort.

Aunque siempre he criticado las guerras colaterales del feminismo, las que nos distraen de lo que realmente nos debería sublevar, sería irresponsablemente simplista no entender que los cambios más profundos también se cocinan a flor de piel, sin que nos demos cuenta, desde abajo. Que lo simbólico, lo que no podemos etiquetar ni encapsular, a veces tiene tanta capacidad de tracción y de revulsivo como ese avance esquizofrénico de la tecnología en que nos solemos perder. Que importa el imaginario, importan los valores, importan los márgenes.

No piensen que me he emborrachado de ingenuidad: la decisión de San Sebastián es un guiño. Ni arregla la desigualdad, ni elimina brechas ni rompe ningún techo de cristal. Siendo pragmáticos, ni siquiera están a salvo de caer en lo políticamente correcto queriendo otorgar cada año la Concha de Plata a un "hombre" y a una "mujer" por aquello de alternar y marcar cierta equidad... Pero lo importante es que ya han lanzado un mensaje con vida propia y sin vuelta atrás: el sexo, la identidad, va mucho más allá de una X y una Y. Tal vez empecemos a creerlo cuando lo veamos en la ficción.

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