LA vida es una carrera en la que casi todos los problemas devienen de no acertar cuándo conviene pararse. Acuñó Cela en su escudo: El que resiste, gana. Y bien que ha resistido como corredor de fondo Mario Vargas Llosa, 20 años esperando una llamada desde Estocolmo. Le ha dado tiempo hasta de encarnar Las mil y una noches. En la Sevilla donde tiene muchos lectores y buenos amigos, el maratón de este colosal narrador y fascinante prescriptor de otros libros va en paralelo con otros maratones. Los del belga Stefaan Engels, poniendo a prueba los límites de la resistencia humana, corriendo a diario 42 kilómetros. El maratón de los trabajadores de Astilleros para sostener su puesto de trabajo pese a la falta de rentabilidad y de empresarios, llevan 30 años lográndolo gracias a llamar la atención. El maratón de la plantilla de Pickman rompiendo platos ante el palacio de San Telmo, otro símbolo de la industria sevillana sin inversores que sólo pervive por su capacidad de movilizarse. Y el maratón de los empresarios triunfadores partiendo de cero, sin subvenciones y sin llamar la atención, soportando la inquina de los envidiosos, ausentes de los festolines copados por los que desean ser fichados por su cara.

Hoy, Sevilla adquirirá un cariz aún más maratoniano con la multitudinaria carrera popular nocturna. Ya son más de 20.000 los inscritos, de largo se bate la plusmarca de participantes que confían en llegar a la pista del Estadio de la Cartuja. Toda una postal de la Sevilla que cambia para bien, inimaginable hace 20 años. Superan ampliamente a los 3.000 estudiantes que montaron ayer una botellona en el Charco de la Pava. Orto y ocaso de una ciudad en movimiento. Sigue, sigue, no pares, deja de ser una urbe parada y de parados. Persevera en lo bueno, aguanta el tirón de lo nuevo, calcula qué ritmo te lleva a la meta, sé fiel a ti misma, no te malvendas al primer postor, písale los talones a tus anhelos, no eternices los problemas. Corre, Sevilla, que la inspiración te coja trabajando, como a Vargas Llosa con 74 años.

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