Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Silencio en la calle del infierno

Una calle del infierno silenciosa es una distopía en la que huele a gofres y a buñuelos

Vaya por delante que uno suscribe de todas todas lo escrito en este mismo espacio el pasado día 12 por el colega Moliní bajo el título La Muy Ruidosa ciudad de Sevilla. Porque es así. Resumiendo: la ciudad es hoy por hoy una monumental escandalera. Pero quede claro también desde el principio que uno es -y será en su ancianidad si es que llega a ella- alguien que disfruta, y mucho, con Sonic Youth, y se ve a sí mismo como un viejo gozando con el Daydream Nation. ¿Una contradicción? Puede ser. O no.

La ciudad te obliga a soportar sus ruidos, y no me estoy refiriendo a los naturales, lógicos, normales y por lo tanto inevitables que genera una gran urbe. Me refiero a todo ese estruendo caprichoso y arbitrario que parece tan del gusto de cada vez más gente, de manera que acaba hasta institucionalizándose y subvencionándose. Sí, la ciudad te impone todo su estrépito bien sufragado. Pero un amante del noise rock -si es educado, claro- limita su ruidosa melomanía a su hábitat, e incluso la reduce aún más a sus propios tímpanos -cada uno hace con su cuerpo lo que le da la gana- mediante auriculares. Así que no molesta a nadie mientras escucha Teenage Riot a todo meter.

Dicho lo cual, en medio de todo el escándalo, la fanfarria, los fotutazos, un puto Merry Christmas de Bisbal atronando en el Carrefour Express y la distorsión nos llega la noticia del sonoro cabreo que al parecer ha cundido, o va a cundir, según el concejal Juan Carlos Cabrera, entre los empresarios de las atracciones de la Feria de Abril porque les van a obligar a convertir la Calle del Infierno en un camposanto durante determinadas horas de la noche. Y viene el lío. La cosa, más que en silencio, va a derivar en una olla de grillos. Al tiempo.

El origen del asunto está en los vecinos que viven en los aledaños de la zona. Cierto que en la calle del infierno hay decibelios para resucitar de golpe a dos mil comatosos... pero, ¿una calle del infierno silenciosa? Eso sí que es una distopía. Aunque así, de primeras, imaginándola a palo seco, mola. Pasearse por entre las pistas de coches de choque, montañas rusas, la Torre Stratosphere, el carrusel Inverter y el Gigant XXL funcionando con su carga humana en completo silencio nos va a situar en un escenario extraterritorial, en un ambiente de pesadilla iluminada por megavatios. De todas esas atracciones mudas, ultrarrápidas y antigravitatorias bajará el público con el gesto alucinado de quien ha estado transitando por un espacio interestelar que huele a gofres y a buñuelos.

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