ERAN déspotas y desagradables en sus momentos imperiales, cuando en Prado del Rey le ponían alfombras de capullos de alhelíes o cuando en la primera etapa de Mediaset nadie tosía, ni con un razonable ataque de alergia, al paso de la matriarca. Terelu entró en la pantalla con calzador y después de varios siglos nunca ha podido apartarse de la ancha sombra de su madre. De los primeros episodios nacionales que se registran de la Campos está el Apueste por una, una discusión diaria vehemente en Radiocadena Española donde la malagueña (aunque naciera en Tetuán) se manejaba con soltura, profetizando a Kiko Matamoros. Con estas cualidades accedió del tirón al matinal de Hermida, donde no le importó encararse en antena con su propio jefe como recuerdan los zappings (y no, no fue inocentada, como vinieron a decir). María Teresa Campos debutó junto a un cura en La Tarde siendo una viuda modosita y pasó de largo. En Hermida se miró al espejo y terminó de aprender cómo debía ser en el plató y en la redacción. La mandíbula siempre alta y falsa complicidad de comadre con el cristal. Su cuerpo a cuerpo con el karaoke, cada vez que podía, era insufrible.

Si ahora les ponen una cámara en el cogote a madre y hija lo que encontraremos no puede sorprender. La desnudez soberbia de ambas protagonistas, con esa criada maltratada como en un culebrón siniestro, sólo ha venido a confirmar las evidencias a algún escéptico despistado que hubiera entre la audiencia. En Mediaset andarán contentos. Con Las Campos han salvado la notoriedad en un verano insoportable y ya tienen un fleco gordo del que tirar para uno de estos meses.

No es una venganza de la propia casa, María Teresa está feliz con seguir generando titulares y comentarios, pese a florear con sus peores defectos. En esa decadencia a largo plazo en la que ambas viven instaladas, este reality de estirpe ha venido a elevarles el caché y a asegurarles un futuro inmenso entre los cocodrilos de Sálvame. Bigote Arrocet se ríe de este chiste.