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Rafael Padilla

Sobran vocingleros

COMPRENDO que la cosa está mala de narices y que la reducción de costes forzosamente tiene que tener un impacto sobre la calidad de cuanto se hace. Podría citar ejemplos en numerosos sectores (la sanidad, la educación, la discapacidad…) en los que la crisis, lejos de agudizar el ingenio y de propiciar una racionalización de recursos, está provocando deterioros quizá irreversibles. Pero hoy me voy a detener en uno que, aun no siendo el más importante, en la medida en que conforma la opinión pública, necesita de especial rigurosidad y responsabilidad. Me refiero, claro, a los medios de comunicación y al periodismo barato que, por desgracia, triunfa en canales, rotativas y diales. Basta con analizar las noticias que alcanzan el estrellato para darse cuenta del grado de banalidad y de ignorancia en el que sobrevive una buena parte de la profesión. El hecho mismo de constatar cuáles son los formatos exitosos del momento -Sálvame, Punto Pelota y otros tantos gallineros de semejante altura- me exime de ulteriores reflexiones sobre dónde se encuentra el listón del modo periodístico triunfante.

En los últimos días, dos noticias menores relacionadas con Ratzinger me servirán de termómetro para medir el disparate. En todos los soportes informativos -y todos son todos, desde los serios y reconocidos hasta los más frívolos- han aparecido dos titulares ("el Papa expulsa del belén al buey y a la mula"; "el Papa afirma que los reyes magos eran andaluces") que son un prodigio de estulticia, de sensacionalismo facilón y de vacuidad. Ya extraña que Benedicto XVI no asome en la prensa por sus condenas, duras y repetidas, del sistema económico que sufrimos, ni por su compromiso irrenunciable con los débiles; pero sorprende todavía más que sí lo haga por la tergiversación interesada de sus opiniones, por lo demás certeras, en asuntos francamente nimios.

Dudo que el libro del que han sido extraídas esas dos "revelaciones" -La infancia de Jesús- haya sido leído por quienes las propagan con tal entusiasmo. Dudo también de la capacidad crítica de cuantos, sin otro propósito que el de zurrarle al alemán, sacan tan descabelladas conclusiones. Y dudo, en fin, del criterio y de la cordura de aquéllos que incitan o se prestan a engordar la demencia de este circo.

Como éstas, a cientos. Y en ámbitos mucho más trascendentes y delicados. El efectismo está pudiendo con la verdad, la grosería con la finura, la caja con la excelencia. Y bien que me duele: lo que menos le hace falta a un país angustiado son vocingleros de corrala, distorsionadores, por malicia o por incompetencia, de una realidad que exige ser precisa y minuciosamente contada para no alterar más los nervios de un pueblo lógicamente irascible e hiperexcitado. Que cada palo aguante su vela y ésta, la del buen periodismo, veraz, lúcido y útil, me parece esencial en los oscuros e inestables tiempos que llegan.

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