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Miryam rodríguez-Izquierdo

Profesora de Derecho Constitucional

Soledad en la Cartuja

El CAAC acoge hasta finales de agosto la exposición de Soledad Sevilla

Siempre he pensado que hay algo de fantasmagórico en los museos de arte contemporáneo. Cuando se recorren en soledad y con escaso público, aspectos como la ruptura habitual y casi siempre enriquecedora de las expectativas estéticas, las repentinas irrupciones de sonidos, incluso estruendos procedentes de instalaciones y obras móviles, o la oscuridad de algunas salas estimulan la imaginación. Pero quizás esa impresión se deba a que, a veces, en ellos se logra una comunicación natural con una parte desatendida de la realidad, una evidencia ignorada que fluye paralela al propio devenir. Las formas, lo sensible, lo representado o proyectado despiertan una intuición, una percepción interior, un conocimiento antiguo, una reminiscencia platónica, el inconsciente colectivo de Jung… ¡quién sabe! Es arte que señala a lo escondido, no se explica de otra manera. Véase, para a lo mejor entenderlo, la bellísima cinta de Henckel von Donnersmarck, Werk ohne Autor, titulada en España La sombra del pasado.

El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo reúne condiciones de sobra para que se cree ese tipo de atmósfera, entre ensoñación y extrañamiento. Las estampas singulares de sus dos accesos, fábrica abandonada u oasis renacentista, reciben al visitante según llegue desde el este o el oeste. El silencio centenario y la aparente sencillez del exorno mudéjar lo guían después, siempre vigilado por las enigmáticas y extintas chimeneas, las sepulturas de la sala capitular, las esculturas orantes del claustrillo o los árboles mudos que, tras ventanas tintadas, acechan su paso por la antigua zona de celdas, de una sala de exposición a otra.

Además, en estos meses y hasta fines de agosto, el CAAC acoge una de esas muestras que sirven de puente hacia lugares ocultos de lo que existe y no se conoce, de lo cercano y no visto. Se trata de la inspiradora exposición de la valenciana Soledad Sevilla, que recorre, en sentido inverso al del título, tres enclaves de Andalucía: La Algaba, Vélez-Blanco, El Rompido. Lo hace en torno a tres potentes instalaciones, en su momento integradas en espacios singulares de esas mismas localidades, que ahora han sido armónicamente adaptadas a las posibilidades de la iglesia del monasterio. Contienen hondura, belleza rota y memoria reconstruida, posos de abandono y capas, muchas capas de luz, de espacio y de tiempo. Reflejan eso que su autora explicaba, ante una audiencia universitaria, allá por otoño de 2012 en el Cicus, sobre la confluencia y trascendencia de esas dimensiones de lo real como fundamentos de su visión creativa. Ya entonces pensé de ella que, era curioso, se llamaba como si solo pudiera ser de aquí, Soledad y Sevilla, pero sin serlo. Y que era tremendamente valiente, así nació esta admiración. Me dije que sería raro poder ver alguna de esas monumentales instalaciones suyas, que ilustraron la charla a través de unos vídeos. Me precipité solo en lo último.

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