'Stromboli'

La hipocresía es una inversión segura para según qué morales. La ley del embudo que no hay quien la derogue, vaya

Me hago un Colón o un Grosso y evoco a una de las joyas del neorrealismo italiano. La vi en algún cineclub de aquellos que nos enseñaban a Eisenstein o te enjaretaban el Pipermín frappé de Carlos Saura al que ando dudando en perdonarle aquello, por mucho que lo admiré y que me haya hecho tan feliz antes y después de ese homenaje a Godard que se marcó. Pero decimos neorrealismo italiano y se nos vienen a la cabeza Mastroiani, Massina o Fellini más rápido que la baba al perro de Paulov. Aunque en este caso a mí quien se me ha aparecido es Bergman, Ingrid, la sueca que solamente lucía inalterable el perfil de la nariz. Hablo de Stromboli, cinta que se me clavó en la memoria para siempre, y que luego hemos sabido fue el resultado de una historia de amor entre la estrella hollywoodense y Roberto Rossellini, ya por entonces un famoso director en Europa. Ingrid Bergman escribió a Rossellini ofreciéndose para un papel y justo el aludido tenía entre manos una tremenda historia de una mujer lituana superviviente de la guerra mundial y su casorio con un habitante de esa isla siciliana. Puro volcán. La isla y la relación. La liberación soñada por quien venía de una vida tan corta como muy perra -por seguir con Paulov- se dio de boca con una sociedad cerrada, claustrofóbica, censurante y, además diminuta. La película es magistral, aunque no le valió exactamente la gloria a la bellísima actriz, sino la censura de sus productores americanos que se tomaron a mal que la estrella y el director -menos hermoso, pero fascinante- ,casados ambos, se pusieran el mundo por montera hasta el punto de tener un hijo fuera de la, digamos, legalidad. El amor le valió a Bergman el ostracismo de la industria norteamericana hasta que, rota ya su familia italiana, lograra un Oscar con Anastasia. Parece desde luego increíble que la Sodoma y Gomorra del siglo XX vetara los amores ilícitos de quienes fundaron una familia, duraran lo que duraran, mientras miraba a otro lado por esas depravaciones que aún siguen dando tanta cuerda a la ficción y no ficción. La hipocresía es una inversión segura para según qué morales. La ley del embudo que no hay quien la derogue, vaya. Me ha evocado con enorme fuerza esa maravillosa Stromboli la misma Italia cuna de Pasolini y Rosselinni, de Italo Calvino, Sciacia o Svevo. De Fellini y Morante. La lista es larga, lo increíble es que con tamaña herencia quienes parecen llamados a mandar el país sean Meloni, Salvini y Berlusconi. Una imagen de este último, tan próxima a un cristobita de la Barraca de Lorca, sonriendo y encantado, me ha erizado la nuca, aunque este año debería haberme curtido.

Una foto difundida en las redes y diarios tan ridícula, tan indecorosa, tan aterradora que, como Ingrid Bergman, en la última escena de Stromboli, clamando a los cielos sólo he acertado a decir: Dío Mío. Fin.

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