Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Sub-España

La imagen que proyecta Andalucía en el resto de España, de parásito del Estado, nos lastra y nos humilla

No es casualidad, ni mucho menos. Llueve sobre mojado y desde hace años. En poco más de una semana este periódico les ha contado dos historias que hablan de dónde nos colocan a los andaluces en el resto de España. Primero fue la consejera de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia de la Generalitat de Cataluña. Afirma con convencimiento la señora Dolors Bassa, que así se llama, de Esquerra Republicana por cierto, que los niños que esnifan pegamento por las calles de Barcelona se los enviamos directamente desde este profundo Sur en el que vivimos y que la Junta mira hacia otro lado para no afrontar el problema. Y se queda tan ancha como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, del PP de toda la vida, que en un acalorado debate en el Parlamento regional afirma sin que se le mueva un músculo de la cara que con el esfuerzo fiscal de los madrileños se paga la sanidad y la educación de los andaluces. Ahí es nada. Bastaría con dedicarle un par de minutos a Google para encontrar decenas de casos y cosas parecidas, con el denominador común de que, por andaluces, somos vagos, indolentes y subsidiados.

Podríamos poner las luces cortas y pensar que son cosas de la confrontación política y del clima enrarecido que vivimos desde hace ya demasiado tiempo. Al fin y al cabo, al separatismo catalán todo le vale con tal de tener avivada la hoguera del agravio y Andalucía lleva décadas siendo su víctima propiciatoria, después de que en los años del desarrollismo nos hundieran en la miseria para servir como mano de obra barata en su industria. Y del PP, qué decir. Respira por la herida de más de tres décadas sin tocar poder en esta tierra y atacar a Andalucía sale gratis y aporta réditos políticos.

Sí, pero no. Si ponemos las luces largas no nos costará mucho trabajo ver que Andalucía tiene un enorme problema con la imagen que proyecta hacia el exterior. Treinta años de autonomía y de haber dejado atrás la época de irredentismo en la que éramos una sociedad con reflejos casi feudales no nos han servido para dejar de ser en el imaginario español el estereotipo de graciosos tirados a la bartola esperando para ir de la Feria al Rocío y cobrando el subsidio de lo que sea. Felipe González decía el jueves en el Foro organizado por este periódico que la decisión de traer a Sevilla la primera línea de AVE en 1992 fue una operación de Estado para evitar que nos convirtiésemos en algo parecido al Mezzogiorno italiano. Seguro que en parte se consiguió el objetivo y es algo que tendremos que reconocerle al que fuera en esos años presidente del Gobierno de España. Pero la imagen que nos margina, que nos castiga y que nos humilla siguió, sigue y, no lo duden, seguirá.

Algo de culpa tendremos en que esa caricatura se perpetúe y se aproveche para herirnos. Todos los que vivimos en esta tierra sabemos que es una memez grosera y repugnante decir que enviamos a Barcelona a menores inmigrantes que luego ensucian, según la racista consejera catalana, las calles de Barcelona. Como es una manipulación estúpida ignorar que los andaluces pagamos con nuestros impuestos nuestra sanidad y nuestra educación -mejorables ambas- y que la riqueza de Madrid también tiene mucho que ver con los esfuerzos que se han hecho desde aquí. Andalucía es víctima de un diseño económico del Estado en el que las zonas industriales y ricas se localizan en unos determinados lugares y las rurales y pobres en otras. Y a nosotros nos ha tocado la peor parte.

Tenemos un problema de imagen en España. No es un problema menor porque lastra nuestro desarrollo y nuestro atractivo a la hora de captar inversiones y recursos para desarrollarnos. Esa imagen de parásito del Estado nos condena a ser una especie de sub-España donde todo lo malo se concita. Pero parece que ya nos hemos acostumbrado a vivir con ese sambenito y no hacemos gran cosa para quitárnoslo de encima.

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