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eduardo / jordá

Subvencionar los fracasos

NO soy un experto en Derecho Laboral, pero una de las cosas que más me sorprende en el caso de los ERE fraudulentos es que todo el mundo se escandalice por el uso delictivo que se hizo de ciertas ayudas públicas, aunque muy poca gente se haya cuestionado la existencia en sí misma de esas ayudas. Y lo que a mí me llama la atención es que la Junta de Andalucía se considerara con derecho a financiar los despidos y las prejubilaciones de ciertas empresas en crisis. Si nos paramos a pensarlo, subvencionar los ERE -el pudoroso eufemismo que encubría los despidos- vendría a ser lo mismo que premiar a los médicos que dejasen morir a sus enfermos o a los ingenieros que construyeran puentes defectuosos (y espero no darle ideas a nadie). Y eso, se mire como se mire, no era sino una forma escandalosa de subvencionar los fracasos.

Durante estos últimos años, con la llegada incesante de fondos europeos y la aparición de la burbuja crediticia -que hacía circular una gran cantidad de dinero que nadie sabía de dónde venía-, hemos empezado a creer que el dinero público era una materia misteriosa que tenía tres extrañas cualidades: era inagotable, era omnipresente y era indestructible, igual que la kriptonita de Supermán. Y sólo así se explica que tanto los políticos que nos han gobernado como los ciudadanos que votábamos a esos políticos nos hayamos creído que la Administración podía convertirse en una especie de sistema de asistencia pública gratuita para todos. Y por eso mismo, comunidades autónomas y ayuntamientos competían entre sí por ver quién empleaba a más gente y quién concedía más ayudas y más servicios, sin preguntarse en ningún momento cómo iban a financiarse esas ayudas ni esos servicios. Y por ahí, me temo, empezaron a gestarse esas ayudas públicas a los despidos de las empresas en crisis.

Todos los servicios públicos imprescindibles -la sanidad, la educación, los hogares de ancianos, las guarderías públicas- se tienen que financiar con el dinero que surja de los impuestos de una economía productiva, porque de lo contrario ningún país del mundo, ni siquiera el más rico, estará en condiciones de sostenerlos. Pero aquí hemos querido montar un sistema asistencial que se fundaba en el dinero caído del cielo y en el que no había ni un solo aspecto de la vida pública que no estuviera sujeto a una subvención o una ayuda. Y ése es el error del que tendremos que salir algún día, si es que no nos están sacando ya a base de sustos y recortes.

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