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LO bueno de ser nacionalista es que nunca consideras que puedes estar equivocado. El nacionalismo no deja de ser un formidable ejercicio de autoexculpación constante. Si algo va mal, el nacionalista nunca se pregunta si él tendrá algo que ver con el fallo. La culpa será siempre de los otros. Los otros, por definición, son los que no han tenido la suerte de nacer con la identidad correcta. Pueblo elegido (o raza, o clase o religión) no puede haber más que uno.

Lo que más pone a un líder nacionalista es sentirse perseguido. Con razón o sin ella (quiero decir, independientemente de que el sentimiento esté justificado por los hechos o más bien esconda una manía patológica). Al lehendakari Ibarretxe le ha sentado divinamente tener que sentarse en el banquillo de los acusados del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco por sus reuniones con dirigentes de la ilegalizada Batasuna durante la última tregua -falsa- de los terroristas, que también son vascos, y muy celosos de su identidad.

Le ha sentado tan bien que, en vez de pedir que se archive el caso, ordenó a su abogado que exigiera la continuación del proceso a fin de llegar al "fondo del asunto". Y también, digo yo, para llegar lo más cerca posible de las elecciones vascas del 1 de marzo y acentuar así su papel de víctima del Estado español y de las acusaciones populares españolistas personadas en el caso (Foro Ermua y Dignidad y Justicia). Durante la instrucción el defensor de Ibarretxe había solicitado, no una vez, sino hasta seis veces, que se archivasen las diligencias. Claro que entonces no había elecciones a la vista.

La Justicia le está regalando, pues, a JJ Ibarretxe una dosis gratuita de su medicina preferida. El TSJ debería retirársela enseguida, haciéndole más caso al Ministerio Fiscal y a la defensa de Patxi López -también imputado por lo mismo-, quienes estiman que no hubo delito en las reuniones citadas. A nadie se le ha ocurrido procesar a Felipe González, José María Aznar o José Luis Rodríguez Zapatero por haber impulsado encuentros de enviados suyos, no con los mandados de Batasuna, sino directamente con los pistoleros de ETA. Lo de Ibarretxe y López pudo ser un error, visto con posterioridad, a dilucidar en el terreno político, o sea, en el Parlamento, pero no un crimen a enjuiciar con el Código Penal en la mano. Esta judicialización de la política procede del tenso período nacido de la tregua etarra y su fracaso. No debería continuar ni un minuto más.

Suelten a Ibarretxe, por favor. A ver si es posible desalojarlo democráticamente del sitio en el que está. Que no gane un solo voto más haciéndose el mártir.

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