Visto y oído

Antonio / Sempere

Superaída

Hay quienes defienden que el público siempre tiene la razón y los que opinan que hay gustos que merecen palos. ¿Pueden equivocarse seis millones y medio de espectadores, que son los que vieron el episodio de Aída del domingo? Podrían, por supuesto que podrían, pero no es el caso. Que una serie de ficción tan veterana concite la atención, el interés y el enganche, puesto que se puede hablar de enganche, y tengo amigos que no admiten llamadas de teléfono mientras se emite para corroborarlo, es noticiable y merece un comentario y algunas preguntas.

¿Tienen el mismo nombre los cinco millones de espectadores que ven Escenas de matrimonio y los fieles de Aída? ¿Corresponden sus números de DNI con los del club de fans de Camera café? Presumiblemente no. Todo parece indicar que los perfiles del público de cada una de las propuestas son muy diferentes. Sin embargo, lo que no admite discusión es la vocación de caballo ganador con la que sus equipos las pergeñan. Sabiéndose fenómenos sociológicos desde la primera reunión de guionistas hasta la última toma del rodaje.

Personalmente, me quedo con Aída. Sólo con Aída. Sus secuencias, sus guiones, sus actores, convierten cada una de sus sesiones en motivo de fiesta. Son brutos. Son hirientes. Pero se hacen de querer. Recuerdo la conversación sobre los estímulos sexuales entre la madre y la hija. La madre preguntando si habían reparado la ducha. Y Aída contestando que sí, que la presión del agua era más fuerte. No es posible explicarlo. Había que ver a Carmen Machi y a Maribel Ayuso en acción para saber lo que es bueno. Aída tiene unos códigos, un texto y un subtexto. La ventaja de la veteranía estriba en que podemos disfrutar más de sus guiños. Y en que a estas alturas ninguno de sus personajes puede caernos mal.

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