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eduardo / jordá

Supercherías

LEO que los padres del niño de Olot que no vacunaron a su hijo -ahora ingresado con difteria en una UVI- se sienten "engañados" y "destrozados" por los grupos antivacunas. Todo esto es asombroso, y además demuestra hasta qué punto seguimos en poder de las supersticiones, por mucho que creamos vivir en una sociedad avanzada que ya está libre de ellas. Porque los grupos antivacunas no van a tu casa a hacer proselitismo como los Testigos de Jehová o los partidos políticos durante una campaña electoral. Nada de eso. Los grupos antivacunas difunden sus ideas en foros y revistas. Y uno acepta esas ideas si llega a la convicción racional de que son efectivas. Y esos foros son los mismos foros que despotrican contra los laboratorios farmacéuticos y que predican la medicina alternativa y todas las formas de curación que se aparten de la medicina "científica", a la que se considera inútil o engañosa o vendida a los intereses de los laboratorios. Es decir, que estos grupos son los mismos que defienden las ventajas de la homeopatía, la quiropráctica, la sanación por el iris, el reiki, las flores de Bach y otras muchas supercherías que nunca han sido validadas por ningún estudio científico.

Una de las cosas más asombrosas de nuestra época es que cientos y cientos de personas, por lo general con buena formación académica y con un nivel de vida estimable, crean a pies juntillas en todos estos tratamientos que van desde lo puramente dudoso a lo descaradamente fraudulento. De hecho, el impulsor de los movimientos antivacuna fue un médico canadiense, Andrew Wakefield, que publicó un estudio falso en el que establecía una conexión causal entre la vacuna trivalente y el autismo. Cuando se descubrió que el estudio era falso, a Wakefield se le prohibió ejercer como médico en Gran Bretaña, pero estos hechos, que son bien conocidos, no evitan que miles de personas sigan creyendo en sus patrañas como si fueran verdades empíricas. Y entre esas personas están los padres del niño de Olot que se negaron a vacunarlo en su día, una imprudencia que podría haberle costado la vida.

Nuestra legislación no permite ningún tipo de castigo contra estos padres irresponsables, pero habría que preguntarse si las consecuencias de una decisión estúpida pueden cargarse sin más a cuenta de la Sanidad Pública que se paga con fondos públicos. Porque hay una clase de estupidez -la voluntariamente adquirida y que además se cree muy lista- que no debería salirle gratis a nadie.

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