el poliedro

José / Ignacio Rufino

Susana va a pedir respeto

Es de agradecer, y de ley, que nuestros políticos defiendan la soberanía que les confiere su representación democrática

QUE hay políticos que todavía no se han enterado o, alternativamente, a sus principios les sucede aquello de ser "abiertos, pero flexibles", ha vuelto a quedar de manifiesto esta semana con dos sorprendentes noticias. En el Levante donde tanto político se levantó para el bolsillo lo que pudo, el presidente regional, Alberto Fabra, ha renunciado a pagarse con dinero público un curso de 20.000 euros para desarrollar sus dotes de liderazgo. Porque la cosa ha trascendido, porque, si no, hubiera dedicado su precioso tiempo a aprender a controlar su mirada y la cadencia del movimiento de sus manos, y a decir "verán" y "créanme" mientras se toca la alianza o los gemelos. O a hacer preguntas metafóricas y patafísicas a sus resignados colaboradores; atisbando tendencias ocultas para la gente de a pie y sin cursillo. Y a proponer sinergias, y cosas peores. A las presidencias autonómicas se llega con el liderazgo hecho, por favor. Y no estamos en ese nivel de responsabilidad para cursitos de desarrollo personal directivo, que además suponen un serio riesgo de endiosamiento artificioso: puede que incluso llegue un momento en que con tanto liderazgo carismático administrado en píldoras de powerpoint y dinámicas de grupo, acabe el alumno, con la edad, diciendo obviedades -y hasta sandeces- con tonito iluminado, o confundiéndose el sujeto con la propia patria, a la que quiere salvar de su postración sin eludir el mandato que la historia y el destino le señalaron un día. Como nuestros Felipe y Aznar, cada uno en su estilo, ambos enfermos de esa patología llamada hybris, presas de la cual las personas se convierten en próceres. Un horror. En otra comunidad autónoma, otro político, en este caso el presidente del Parlamento andaluz, ha renunciado a incrementar sus dietas, como planeaba. Si no llega a haber trascendido la antiejemplar y hasta ofensiva medida del parlamento regional, la medida hubiera ido para adelante. Las propias altas instancias de la Junta, que se han visto obligadas a desautorizar la subida de dietas, sabían que esto estaba tramitándose (o trajinándose). Pero llegó la prensa e hizo su trabajo. Y sin más remedio, el de arriba mandó parar.

Otros políticos sí han ejercido. Susana Díaz, de quien tantos hablaron al saltar a la cancha política, con displicencia y quizá machismo maquillado, se ha ido esta semana a Bruselas a pedir un poquito de por favor a las autoridades exteriores -nuestras autoridades- con los juicios y prevenciones contra la norma antidesahucio andaluza, de entre cuyas acciones resalta la expropiación temporal de las viviendas amenazadas de desahucio por su bancos, y sanciones a las entidades financieras que no pongan sus casas vacías en alquiler. Una ley lógica o como mínimo defendible, por mucho que aquí todo lo que roce a los bancos o los encorsete genere inmediatas reacciones agoreras: "Cuidado con tocar a la banca", no importa que buena parte de las entidades -no todas- han sido salvadas de la muerte a cambio de comprometer los dineros públicos presentes y futuros. Y se ponga en duda que la Junta legisle con la libertad soberana de los votos, y que así haya que ir a Bruselas a dar cremita a supertacañones de otros países que quizá nunca pisaron Andalucía o España. "Cuidado con la banca, muchacha, cuidado con la seguridad jurídica y la estabilidad financiera, Susana", parecen decirle. Pero tanto los prematuramente alarmados socios europeos como la agencia de calificación crediticia Fitch, que se ha puesto picajosa y ha dicho el decreto andaluz puede "debilitar" y "crear incertidumbre", saben de sobra que existen legislaciones sobre la actividad bancaria que van mucho más lejos en su vocación de controlar e intervenir, como Noruega o la propia Alemania, y no digamos Francia. ¿Quién está al servicio de quién?, y perdonen la candidez.

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