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Francisco Correal

TORRIJASsiete precios distintosEl enojo de la edil de Fiestas Mayores

El Miércoles de Ceniza señala el inicio de la cuaresma y de este paradójico abanderado de la gula en tiempos de ayuno

Sevilla es una ciudad de ritos, un reloj de costumbres que viajaron de los ancestros a los novísimos. Llegó el Miércoles de Ceniza y aunque la Iglesia cambió el ritual heredado de los judíos -del Polvo eres y en polvo te convertirás al Conviértete y cree en el Evangelio-, las voces del Antiguo Testamento por las más pausadas del Nuevo, lo que se mantiene impertérrita es la aparición de las torrijas, ese adelantado cuaresmal de la primavera, fragancias de vino, aceite y miel que vienen con su tiempo. Lo marcan y lo cuentan.

"Las torrijas llegan el Miércoles de Ceniza y se van el Domingo de Resurrección", dice José Jesús Galindo, panadero del horno San Bruno, que estrenó local en la plaza de los Terceros. Torrijas del obrador de San Buenaventura, el más antiguo de Sevilla, junto a El Rinconcillo, despacho oficioso del pregonero de 2009, Enrique Henares, y, con permiso de Las Escobas, uno de los bares con más solera de la ciudad.

La torrija forma parte del calendario de las cosas, ése que mueven a compás los costaleros de la intrahistoria. Llegan con esta cuaresma que simboliza los cuarenta días de Jesús en el desierto. "Mi jefe siempre monta la panadería donde hay una iglesia, porque como dice que esto es pecado", dice señalando la bandeja de torrijas Valle González, metáfora de las tentaciones. Entran en la panadería, plano y diccionario en ristre, Wilfred y Marijke, belgas de Amberes, él consultor, ella diseñadora. Valle les da a probar una torrija y seguro que empiezan a entender la acrisolada leyenda de los tercios de Flandes.

El cierre de Santa Catalina, con la palabra Exaltación asomada a este monumento de abandono y olvido, es el contraste amargo de este elogio de la dulzura. De la ubicación de los pasos de la cofradía titular de este templo de clausura y de otras primicias de incienso y esparto informa alguien que es un auténtico corresponsal espontáneo de la cuaresma. Se llama Santiago Remesal, hermano de los Gitanos desde hace 44 años, y propietario en segunda generación de la nueva época del bar Los Claveles, local de 1841 que lleva veintidós meses de obras. "Ya nos hemos perdido dos Semanas Santas. Espero abrir antes de la próxima".

Improvisa un telediario cofradiero: "Santa Catalina está en San Román, pero como de allí no puede salir, se trasladará a los Terceros, donde está la Cena... La Cena va a ensayar con parihuelas de San Gonzalo porque el paso está muy deteriorado... No ha salido todavía en el cabildo, pero creo que los Gitanos va a volver por Gerona para que la duquesa de Alba, que está delicada de salud, pueda verlo en el regreso".

No hay uniformidad en los precios de las torrijas. Tampoco en los tamaños. De 2,50 euros la unidad en San Pablo a 1,60 en Santa Rosalía, con el intermedio de precios variados. La crisis lo ha convertido en un artículo de lujo. Hay torrijas pequeñas (noventa céntimos la tarifa estándar), delicias de liliput. La torrija sevillana es un viaje a la Alcarria con miel bañada en ramita de canela. El pan de molde es su soporte, a diferencia de la barra madrileña, que además sustituye la miel autóctona por azúcar y canela. Se queda con los sabores el marido de Valle, que estuvo doce años en los armaos de la Macarena y pronto se irá con otra centuria, la brigada de helicópteros que partirán hacia Afganistán desde la base del Copero. En la librería de viejo próxima al horno de los Terceros se ha aprovisonado de un libro de Curiosidades Sevillanas.

En el escaparate de esta librería, el único libro de contenido alimenticio lo firma Karlos Arguiñano, que comparte cartelería con el Tratado de Bailes del maestro Otero, Religión y Relativismo en Wiggenstein, una Historia de la Edad de Piedra o un libro de Fraga Iribarne. No el ex ministro, sino su hermana María Luisa, monja y autora de la obra Conventos femeninos desaparecidos. No hay manuales de torrijas.Ni de pestiños. Cuatro euros la bandeja.

NOCHE de lujo y expectación en el Lope de Vega la del martes, vísperas del Miércoles de Ceniza. Se homenajeaba con toda justicia al ex presidente Román. Saltó la sorpresa -sólo advertida por unos pocos en ese momento- cuando no le entregó el premio la teniente de alcalde y delegada de Fiestas Mayores, Rosamar Prieto-Castro, terriblemente enojada porque el palco principal del teatro, que es un edificio propiedad del Ayuntamiento, estaba ocupado por personas ajenas al Consistorio. La edil se sintió orillada al ser colocada por el protocolo en un palco lateral en un acto amenizado por la banda municipal y al que ella acudía en representación del alcalde. Se marchó a paso de mudá en cuanto se echó el telón. Menudo enfado llevaba... Ojú. Y esto no ha hecho más que empezar.

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