Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Taifas

Ha bastado que los hosteleros hayan enseñado los dientes para que la Junta cambiase de criterio

Si eres andaluz no tienes allegados, pero si eres extremeño los puedes tener. Si eres andaluz tienes propensión a la priva a partir de las seis de la tarde, pero si eres madrileño puedes darle marcha a la tarde. Si eres andaluz tienes vía libre para ir de Ayamonte hasta el cabo de Gata con la conciencia tranquila, pero si eres valenciano y sales de tu pueblo puedes estar trasladando el virus con todo lo que ello conlleva. Así, hasta la extenuación. La pandemia ha puesto de relieve -no es la primera vez que se dice en esta columna y me temo que no será la última- que con el modelo autonómico, tal y como lo hemos desarrollado, más que una eficaz descentralización administrativa, algo logrado sólo en algunos aspectos, hemos despertado los viejos fantasmas de los reinos de taifas. Al final nos hemos encontrado con 17 aspirantes a actuar como un estado dentro de otro, con una tendencia innata a tirar cada uno por su lado en cuanto se presenta la ocasión. Qué otra cosa se puede esperar de territorios que han prestado más atención a desarrollar escenificaciones paraestatales que a poner en marcha mecanismos eficaces de mejora económica y social. En estos meses de pandemia, la declaración de un presidente autonómico en su televisión particular adquiría la solemnidad del pronunciamiento de un rey o un presidente de la república a punto de declarar la guerra o anunciar la paz.

Pero no. No son un estado pequeñito ni tienen la fuerza ni los instrumentos para hacer cumplir las normas que el Gobierno, en una dejación absoluta de responsabilidad, le insta a adoptar, como se ha demostrado con el confinamiento territorial. Pero esta debilidad los deja también a merced de grupos de presión capaces de torcerles el brazo sin demasiado esfuerzo. Algo de esto ha pasado esta semana en Andalucía. El Gobierno de Juanma Moreno puso especial empeño en el cierre por las tardes de la hostelería porque, en su opinión, y daba datos contundentes para demostrarlo, a esas horas la ingesta de alcohol producía un relajamiento en el comportamiento social que disparaba los contagios. Ha bastado que los empresarios del sector hayan enseñado los dientes y digan que hasta aquí hemos llegado para que la Junta cambie de criterio y establezca que los bares pueden seguir abiertos, pero sin servir alcohol durante dos horas.

Como las cosas no han cambiado y la pandemia, como en el resto de España, vuelve a repuntar no hay más remedio que concluir que la presión ha hecho efecto y que han pesado más los cálculos electorales y la amenaza de movilizaciones en la calle que los criterios que aconsejaron la primera medida. Ello con independencia de que los hosteleros tengan sus razones, que las tienen. Así nos va a las puertas de la tercera ola y a la espera de la vacuna salvadora.

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